Mátate amor
Autora: Ariana Harwicz
Adaptación: Adriana Harwicz, Marilú
Marini y Érica Rivas
Dirección: Marilú Marini
Teatro Santos 4040
Josefina Sartora
En un año signado por una reivindicación
del feminismo y de todas sus consignas, en el que el movimiento Ni Una Menos ha
cobrado en Argentina una presencia ya ineludible, en el que toda la sociedad ya
no puede desviar la mirada de los conflictos de la mujer, que ha pasado a
ocupar un espacio más relevante que al que la había relegado el patriarcado, y
que progresivamente va cobrando posesión y derechos sobre su propio cuerpo, el
teatro hace propias esas banderas estéticamente.
Érica Rivas encarna en solitario a esa
mujer que ha sido madre, y se niega a ubicarse en el lugar que le asigna su
medio, o en cumplir los mandatos. La mujer que tras el parto ha sentido nacer
en ella un deseo desconocido, voraz, un instinto y sensualidad insospechados, y
al no poder satisfacerlos con su esposo los plasma en ese ciervo con quien se
identifica en el fondo del bosque.
Basada en la novela, opera prima de la
joven argentina radicada en Francia Ariana Harwicz, la autora, la actriz y la
directora Marilú Marini realizaron la adaptación teatral, que va modificándose en
las sucesivas funciones a sala llena (de mujeres mayoritariamente). La escenografía
de Coca Oderigo es mínima: un suelo de pasto, naturaleza, unas plantas, un
cuchillo rústico y un delicado telón de fondo que va cambiando las formas y
luces del bosque donde habita la protagonista. Rivas despliega una maravillosa
performance de esa mujer que atraviesa una intensa transformación, que va en
busca de su liberación mientras cuestiona su estadio. ¿Qué significa ser
extranjera, o diferente, incluso para el marido? ¿Ser madre construye
identidad? ¿Hay una única manera de ser madre? ¿El desamor lleva necesariamente
a la locura? ¿Es el ciervo la única salida?
Foto: Daniel Jayo |
Rivas da todo de sí misma para trasmitir con
intensidad ese estado alterado, con un lenguaje corporal tan expresivo como el
texto mismo, que supera toda posibilidad de descripción. Durante toda la obra
danza una coreografía de Diana Szeinblum en la que cada detalle cuenta: en su
rostro, las inflexiones de voz, sus manos, sus piernas, su pelo tan alborotado
como ella. A veces contenida, otras desbocada; unas tierna y reflexiva, otras poseedora
de una violencia feroz. Lo suyo es un extraordinario despliegue corporal que
habla sobre el teatro también: Erica sorprende cuando se dirige el sonidista, o
consulta a la apuntadora, o comenta las luces, sin abandonar a su personaje;
entra y sale del hecho teatral poniéndolo en evidencia, o -para decirlo al día- denunciando el dispositivo.
Marilú se ha lanzado a la dirección con
dos obras en cartel en estos días, dos monólogos: el de Mátate amor y de Escritor
fracasado. Como si le faltara algo para consagrarse, imprime a sus
dirigidos toda su experiencia y sabiduría teatral: los hace apoderarse del
escenario, recorrerlo hasta sus más íntimos rincones para expresar cada aspecto
del personaje, exprimir sus recursos en sendas performances –de Érica Rivas y
Diego Velázquez- hasta agotar su expresividad. En ambas desarrolla una
reflexión sobre estados contemporáneos: en aquella sobre el hecho artístico, en
ésta sobre la controvertida, misteriosa esencia del ser mujer.
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