Invitación de
boda (Wajib)
Dirección
y guión: Annemarie Jacir
Palestina-Francia-Colombia-Alemania-Unión
de Emiratos Árabes-Qatar-Noruega/2017
Josefina
Sartora
Un
film palestino (o multinacional) y dirigido por una mujer resulta una rara avis
en nuestras carteleras. Se estrena gracias a que ganó el premio a mejor
largometraje en la Competencia Internacional del último Festival de Mar del
Plata, decisión que motivó alguna polémica, después de obtener premios en
Locarno.
El
film sigue una propuesta muy acotada: como en el mejor cine iraní, padre e hijo
recorren en auto las calles de Nazareth donde vive la familia para entregar en
mano, una a una, las invitaciones a la boda de la hija (esto es el wajib, como marca la tradición palestino
cristiana). En sucesivos encuentros con amigos y familiares, y con las noticias
que se oyen por la radio del coche podrá apreciarse la situación social y
política tan peculiar de ese pueblo rodeado –y sometido- por ocupantes.
También
las diferencias entre padre el hijo. El mayor, un profesor respetado por toda
la comunidad, es un hombre conservador, hasta reaccionario, homofóbico, machista,
y genuflexo ante el poder de los israelíes, que necesita para un último
ascenso. Su mujer, obviamente, se ha hartado de él y lo ha abandonado hace años,
a él y a sus hijos, marchándose del país en busca de otra clase de vida, lo
cual ha constituido una humillación para la familia. El hijo también vive fuera
de Palestina, y su experiencia en Europa lo hace oponerse a las conductas de su
padre y de tantos como él. (Mohammad y Saleh Bakri, padre e hijo en la vida
real, ambos excelentes, y con similares ojos celestes.)
Con
economía de tiempo y espacio, y delicado humor, el film condensa en menos de un
día y exclusivamente en los vínculos de la pareja con sus interlocutores a lo
largo de su derrotero, aspectos de la realidad cotidiana de esa comunidad. La
importancia del matrimonio, preferentemente dentro de sus iguales, la
hospitalidad y el honor como valores inalienables, en ese grupo humano cristiano donde cada casa cuenta con una imagen de la virgen o un árbol de Navidad. Sin embargo, encuentro muy
benévola, hasta tibia, la mirada de la directora Annemarie Jacir: se queda
corta en mostrar el conflicto siempre latente. Tan sólo en las reacciones del
hijo frente a los soldados israelíes armados que comen en su cantina, o en su
oposición a la actitud de su padre, vemos el rechazo por la ocupación israelí.
Evidentemente, la convivencia –y la conveniencia y supervivencia- somete a los
palestinos a cierta pasividad o conformismo. O a convencerse o vivir en la
ilusión de una cuasi normalidad. Por eso el desprecio del padre por su
consuegro, miembro de la OLP. Pero el conflicto queda subsumido en el cruce
generacional, entre ambos personajes que devienen así dos posturas arquetípicas
frente a la situación de dominación. Las mujeres parecen tomar la realidad con más sabiduría.
¿Todavía no has comprendido? le pregunta
la futura novia a su hermano. Todo queda disimulado, como tras esa media sombra
que se usa en las casas de Nazareth. Hasta la sombra de la muerte, que
sobrevuela todo el recorrido, está tratada con cierta levedad.
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