24 cuadros (24
Frames)
Dirección:
Abbas Kiarostami
Irán-Francia/2017
Josefina
Sartora
Durante
toda su vida el iraní Abbas Kiarostami no cesó de indagar en la esencia del
cine y sus posibilidades. En sus últimos años llevó al extremo su interés por
la observación y experimentación por el mínimo detalle, el plano fijo,
hipnótico. Su último largometraje –póstumo- está compuesto por 24 cortos que
elaboró aplicando animación y técnicas diversas con computación a observaciones
de paisajes y animales. 24 cortos formados por 24 planos. Su título en inglés -24
Frames, esto es 24 marcos- y
su adaptación en castellano sugiere la idea de cuadro pictórico, y a eso se
asemejan. Cuadros animados, en todo caso.
Kiarostami
parte de una pintura clásica –Cazadores
en la nieve de Pieter Bruegel- con un corto que constituye todo un prólogo
a lo que vendrá. Insufla vida al cuadro, sorprendiéndonos: anima los cuervos,
se oye su graznido, la nieve cae, el humo sale por las chimeneas, respeta los
tonos grises de la nieve. Seguirán varios planos de paisajes nevados –uno
tomado con travelling desde la ventanilla de un coche- con maravillosas tomas
de bosques cubiertos por la nieve, ciervos, ovejas, caballos en una danza, aves
que abren vuelo, animales que caen abatidos por disparos, todos a partir de
fotografías animadas, vitalizadas. Otros cuadros son de fotogafías a la orilla
del mar, las olas rompiendo, la orilla atravesada por vacas, o patos, gaviotas
y más pájaros, que recuerdan su film de 2003 Five, íntegramente
filmado a la orilla del mar, suerte de ensayo antecedente de este su último
trabajo.
Otros
paisajes están tomados a través de una ventana, lo cual crea el
reencuadramiento: ventana, pájaro, cortina o planta movidas por el viento. La
fotografía juega con el color y el blanco y negro muy contrastado, pero a veces
los bosques nevados, las olas del mar, aun en color, sugieren la fuerza del
blanco y negro, experimentando con la textura de la imagen. También dudamos en
qué momento el movimiento está producido como un efecto especial, no quedando
claro cuál es la fotografía original. En algunos casos sólo se oyen sonidos
naturales, el viento, las olas o los pájaros, y en otros distintos temas
musicales, desde el Ave María de
Schubert pasando por músicas suspensivas hasta un tango con la voz de Francisco
Canaro. Algunos cuadros parecen algo fuera de lugar, una digresión, como el
hueco que se abre ante una pareja de leones, o la pila de leños tras la cual
caen árboles jóvenes abatidos por la motosierra. Nieve, lluvia, bosque,
animales, siempre pájaros: en cambio, el ser humano está casi ausente del plano.
Es
este un delicado ejercicio de estilización que articula naturaleza y artificio,
acción y suspensión, figura y fondo, campo y fuera de campo, que mueve a la
reflexión sobre modos de ver, pero también sobre el peso del tiempo en el
plano. Como todo film experimental, 24 cuadros requiere de la
disposición del espectador para aceptar la propuesta, de su participación
activa. Apela a una actitud contemplativa sostenida. No es fácil asistir a dos
horas de exposición de 24 cuadros, cada uno de unos cuatro minutos. Yo
personalmente me dejé llevar por la belleza visual, en un efecto hipnótico aunque
también reflexivo. Como en otros trabajos experimentales seriales, como sucede
en el cine de James Benning, el espectador está en suspenso, a la expectativa
de qué clase de cuadro ha de seguir, en esta serie misteriosa, ambigua, enigmática.
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