22 de agosto de 2018

Cine y fotografía


24 cuadros (24 Frames)
Dirección: Abbas Kiarostami
Irán-Francia/2017

Josefina Sartora


Durante toda su vida el iraní Abbas Kiarostami no cesó de indagar en la esencia del cine y sus posibilidades. En sus últimos años llevó al extremo su interés por la observación y experimentación por el mínimo detalle, el plano fijo, hipnótico. Su último largometraje –póstumo- está compuesto por 24 cortos que elaboró aplicando animación y técnicas diversas con computación a observaciones de paisajes y animales. 24 cortos formados por 24 planos. Su título en inglés -24 Frames, esto es 24 marcos- y su adaptación en castellano sugiere la idea de cuadro pictórico, y a eso se asemejan. Cuadros animados, en todo caso.

Kiarostami parte de una pintura clásica –Cazadores en la nieve de Pieter Bruegel- con un corto que constituye todo un prólogo a lo que vendrá. Insufla vida al cuadro, sorprendiéndonos: anima los cuervos, se oye su graznido, la nieve cae, el humo sale por las chimeneas, respeta los tonos grises de la nieve. Seguirán varios planos de paisajes nevados –uno tomado con travelling desde la ventanilla de un coche- con maravillosas tomas de bosques cubiertos por la nieve, ciervos, ovejas, caballos en una danza, aves que abren vuelo, animales que caen abatidos por disparos, todos a partir de fotografías animadas, vitalizadas. Otros cuadros son de fotogafías a la orilla del mar, las olas rompiendo, la orilla atravesada por vacas, o patos, gaviotas y más pájaros, que recuerdan su film de 2003 Five, íntegramente filmado a la orilla del mar, suerte de ensayo antecedente de este su último trabajo.


Otros paisajes están tomados a través de una ventana, lo cual crea el reencuadramiento: ventana, pájaro, cortina o planta movidas por el viento. La fotografía juega con el color y el blanco y negro muy contrastado, pero a veces los bosques nevados, las olas del mar, aun en color, sugieren la fuerza del blanco y negro, experimentando con la textura de la imagen. También dudamos en qué momento el movimiento está producido como un efecto especial, no quedando claro cuál es la fotografía original. En algunos casos sólo se oyen sonidos naturales, el viento, las olas o los pájaros, y en otros distintos temas musicales, desde el Ave María de Schubert pasando por músicas suspensivas hasta un tango con la voz de Francisco Canaro. Algunos cuadros parecen algo fuera de lugar, una digresión, como el hueco que se abre ante una pareja de leones, o la pila de leños tras la cual caen árboles jóvenes abatidos por la motosierra. Nieve, lluvia, bosque, animales, siempre pájaros: en cambio, el ser humano está casi ausente del plano.


Es este un delicado ejercicio de estilización que articula naturaleza y artificio, acción y suspensión, figura y fondo, campo y fuera de campo, que mueve a la reflexión sobre modos de ver, pero también sobre el peso del tiempo en el plano. Como todo film experimental, 24 cuadros requiere de la disposición del espectador para aceptar la propuesta, de su participación activa. Apela a una actitud contemplativa sostenida. No es fácil asistir a dos horas de exposición de 24 cuadros, cada uno de unos cuatro minutos. Yo personalmente me dejé llevar por la belleza visual, en un efecto hipnótico aunque también reflexivo. Como en otros trabajos experimentales seriales, como sucede en el cine de James Benning, el espectador está en suspenso, a la expectativa de qué clase de cuadro ha de seguir, en esta serie misteriosa, ambigua, enigmática.


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