The Party
Dirección
y guión: Sally Potter
Reino
Unido/2017
Josefina
Sartora
La
fiesta constituye un espacio arquetípico en el que se produce la expansión, la
catarsis, la expresión de emociones y sentimientos acallados. Momento de éxtasis,
en todas las culturas posee una significación sacra, incluso en sus versiones
más seculares. Es por ello que, cuando en una película se llega al momento de
la fiesta, sabemos que entonces se experimentará un momento de transición, de
giro.
The Party es una película teatral que
transcurre íntegramente durante la celebración íntima del nombramiento de Janet
(Kristin Scott-Thomas) como ministra de Salud, en una exigida carrera política.
Transcurre casi en tiempo real, y en una sola locación, típico huis clos: la casa de la ministra, su
living, cocina, baño y patio. Allí se reúne un grupo de amigos junto a ella y
su marido: todos llegan con sus historias, sus problemas, que se imponen al
festejo. Casi todos guardan algún secreto, que se irá develando, en sucesivos
giros y sorpresas, hasta llegar a la revelación final, magistral, que le confiere
a la obra una estructura circular.
El
film es extremadamente austero y sintético: unidad de lugar y tiempo, pocos personajes,
una excelente selección de música sólo diegética, fotografía en blanco y negro,
y dura 71 minutos. Y nunca la sentimos teatral, es cine puro y se siente
espontáneo. Los diálogos son brillantes, ágiles y filosos; las actuaciones admirables,
en un elenco de primera. Patricia Clarkson como la amiga fiel (el tema de la
fidelidad es clave en el film), incondicional y muy cínica, radical y descreída
de todo, es quien aporta la reflexión sobre política y liberalismo, sobre el
idealismo de una generación que se ha vuelto realista; su marido, un exótico
Bruno Ganz, trasplantado a Gran Bretaña, es un sanador new age algo budista que abomina del sistema de salud que esta
ministra ha de sostener; Emiliy Mortimer y Cherry Jones componen la pareja
lesbiana, con años de amistad; Cillian Murphy el outsider que nunca falta y Timothy Spall como el marido en estado
crítico. Hay dos ausencias que tienen su peso: la de Marianne, adjunta de la
ministra, y la del personaje que le envía insistentes y enamorados mensajes de
texto. Entre ellos han de desarrollarse tensiones extremas, tragedias
inesperadas de las cuales no es ajena una pistola que cambia de mano.
Sally
Potter –amante de la música, directora de La lección de tango, y que incluye
un tema de Pugliese en los títulos finales- maneja el sentido del ritmo de
manera impecable, acompañado del expresivo uso de la luz, en esa tarde amable
que deviene noche trágica. Las reflexiones sobre liberalismo, capitalismo,
burguesía y postfeminismo se cruzan con esas revelaciones personales, íntimas entre
las parejas, temas muy complejos y contradictorios subyacen en el guión de una
comedia que parecía liviana. Pero no lo es.
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