13 de agosto de 2018


Festival de Lima PCUP

El Festival de Lima, hoy en su 22ª edición, está abocado eminentemente a la proyección de cine latinoamericano. Con un nuevo director artístico, Josué Méndez, y dirigido por Marco Mühletaler, ellos y su equipo han elaborado una cuidada selección, que se refleja sobre todo en las respectivas Competencias. Tanto la de Ficción como la de Documental estuvieron integradas en su totalidad por películas de ese origen, que mostraron un muy amplio espectro, muy político, reflejo de las diferentes realidades que se viven en Latinoamérica, con sus pueblos, sus etnias, dramas, características, inquietudes y necesidades.


Tuve la oportunidad de presidir el Jurado de la Crítica, junto a Ernesto Garrat (Chile) y Reynaldo Ledgard (Perú) y nuestra elección como mejor película fue para la brasileña Las buenas maneras, de Juliana Rojas y Marco Dutra, notable película que ya había sido presentada en varios festivales, ganadora en Locarno y con un premio Fipresci.
Ya me he referido a este film durante el último Bafici, donde obtuvo una mención. Una película muy osada, que juega con el género de la fantasía y el terror para narrar una historia de bestias interiores que trasciende las barreras del sexo, la raza y las clases sociales. El film sigue esperando su estreno en Argentina.

Cine peruano

Naturalmente, se ve mucho cine peruano en este festival. Hubo cuatro películas en Competencia, radicalmente diferentes entre sí, tanto por el tema, como por el tono y por las realidades que presentan:

Mataindios, opera prima de Oscar Sánchez Saldaña y Robert Julca Motta es la más etnográfica, podría decirse. Se trata de un estilizado ejercicio sobre las ceremonias que se llevan a cabo en el seno de una comunidad indígena de la sierra para lograr la protección y los favores del santo “patrón” para que los ayude a apaciguar sus penas. En este caso, el apóstol Santiago (Matamoros en España) pasa a ser, por el sincretismo religioso, Santiago Mataindios. Con gran artificio, una fotografía filtrada que trabaja casi en monocromo en la paleta de los grises, se desarrollan las ceremonias de la siembra y cosecha de las flores para el patrón, la esquila, hilado y tejido de su capa, y la conformación de la orquesta que habrá de ejecutar la música del rito. Estos trabajos y preparativos colectivos son atravesados por la represión y el sojuzgamiento de este pueblo castigado, aniquilado, que se actualiza de manera permanente, evocada aquí con un simbolismo algo artificioso.

Casos complejos de Omar Forero por el contrario, es un testimonio absolutamente realista –por momentos casi documental- de los abusos extorsivos que llevan a cabo las bandas mafiosas urbanas, en este caso en la ciudad de Trujillo. Allí, un fiscal honesto combate casi en solitario contra la corrupción de todo el sistema judicial. Más cercano al telefilm, incluso al racconto periodístico, su corto alcance no resta interés a una situación acuciante muy actual que trasciende su localización geográfica.


Todos somos marineros es una buena opera prima de Miguel Angel Moulet y está ambientada en el puerto de Chimbote. Las distintas películas se ubican así en las diferentes regiones que existen en Perú, sólo faltó la selva. En ese puerto, un barco pesquero ruso está varado y sus tres tripulantes esperan que la empresa lo recupere y los devuelva a su país, algo que nunca llega. La situación se presenta difícil, y en pocos minutos comprendemos que estamos ante una película sobre la espera. Los tiempos muertos pesan en los personajes, que deambulan sin rumbo ni esperanza. Uno de los marinos entabla relación con una mujer que ha de satisfacer algunas de sus carencias: la espléndida actriz Julia Thays. Pero en un giro del guión, sus vidas se complican más aun con un estallido de violencia de consecuencias inesperadas.

Los helechos, también opera prima de Antolín Prieto, es una comedia de fuerte tono costumbrista, con tres parejas exclusivamente protagónicas. Cuatro personajes de la ciudad pasan unos días en casa de los otros en la sierra. Tres parejas muy diversas, cada una con sus necesidades, deseos y conflictos, atraviesan un momento de inflexión que será crucial en la vida de algunos de ellos. Es también un cuadro sensible de la amistad femenina, trazado con mucho humor, y diálogos ágiles en los que prima la improvisación y el ingenio.

Otros premios


El jurado oficial, presidido por la productora mexicana Bertha Navarro, premió el también notable film de Brasil –ya premiado en Cannes-,  Los muertos y los otros (Chuva é cantoria na aldeia dos mortos), de Joâo Salaviza y Renée Nader Messora. (Sí: hubo muchas películas dirigidas por binomios.) Un film de fuerte contenido etnográfico que indaga en la esencia indígena de la comunidad Krahô en el Amazonas, donde viven siguiendo sus tradiciones y rituales. Una vibrante fotografía –premiada- presenta la selva como lugar utópico, idílico. Estructurada en tres partes, sigue el derrotero de un padre adolescente, quien en su momento de pasaje, o de transición a la adultez, toma conciencia de que está deviniendo chamán. Con miedo a afrontar esta nueva realidad, se traslada a la ciudad, con la idea de sanarse. El choque cultural y social entre dos comunidades tan cercanas geográficamente y sin embargo tan distantes es vivido en su propio cuerpo. Al recibir el premio, la directora habló de la necesidad de atender a las comunidades originarias y reconocerlas, como un imperativo de Latinoamérica.


Nuestro Jurado dio una mención a Las herederas, dirigida por el paraguayo Marcelo Martinessi. Este excelente film de origen tan poco frecuente, tiene una protagonista notable: Chela es una mujer algo mayor que mantiene una relación lesbiana con una pareja de tres décadas. De clase acomodada, han perdido su fortuna, están obligadas a vender sus pertenencias y ante la ausencia de la más ejecutiva, Chela se anima a trabajar como chofer de otras mujeres más adineradas. Con personajes exclusivamente femeninos, se muestra en ese contexto una pintura de clase admirable. Su atracción por una mujer más joven y vital la saca de una depresión y encierro,  produciéndose en ella una transformación notable: el personaje pasa del recato de Chela a la elegancia de Poupée. Con escasos diálogos, el film aborda temas muy diversos: la situación de la mujer, su invisibilidad, la infidelidad y el deseo, las consecuencias de la dictadura, los estratos sociales y su  movilidad.
Ana Brun, una abogada de Asunción que llega con avanzada edad al cine, es una actriz extraordinaria, dueña de una expresividad y sutileza que no requiere de la palabra, y ganó con justicia aquí y en Berlín el premio a la mejor actriz. La película había merecido el premio Fipresci en Berlín y aquí fue galardonada con el premio a la mejor opera prima otorgado por el Jurado oficial.


Nuestra segunda mención fue para Pájaros de verano, película colombiana dirigida por Cristina Gallego y Ciro Guerra, el director de El abrazo de la serpiente. Film de género, aborda con creativa maestría el tema de la génesis del narcotráfico en la comunidad aborigen ayllu, en la zona del desierto. Un film también político, de cómo se produce el pasaje de la Colombia postcolonial e indígena a la sociedad contemporánea. Muy inspirada en El padrino, con rastros también de Scorsese, pero en el seno de un pueblo originario, lo cual de da a la historia un color diferente, curioso y atractivo. Hay allí tradiciones arcaicas, un fuerte matriarcado, leyes atávicas no escritas que han de cumplirse hasta la muerte, de lo contrario acaece la tragedia. El guión sigue el ascenso y caída del clan, las lealtades y traiciones, las venganzas y guerras entre hermanos y la destrucción de una cultura ancestral, todo regulado por la venenosa intervención yanqui, que corrompe todo un sistema que había sobrevivido por siglos.
Los directores también se llevaron el premio a la mejor dirección.


Por último, pero no menos importante, he de destacar Los silencios, dirigida por la brasileña Beatriz Seigner. Otro film notable, con un guión y un tratamiento fascinantes, sobre los efectos fantasmáticos de la guerra interna que ha sufrido Colombia durante cincuenta años. Sobre una familia desplazada, que llega a una localidad en la Amazonía, en la triple frontera con Brasil y Perú en busca de refugio, tratando de dejar la guerra atrás, pero sin abandonar la búsqueda de sus desaparecidos. Las difíciles condiciones de vida, el desarraigo, se tornan dramáticos, con la persistencia de los muertos que siguen con nosotros.  Los silencios ganó el Premio Especial del Jurado y al mejor guión.

Balance final

Habría más para referirme sobre el Festival de Lima, pero lo que quiero destacar es la oportunidad de haber visto una cinematografía que lamentablemente llega poco a nuestras pantallas, a pesar de su valor. La distribución en toda Latinoamérica es perversa, lo sabemos: la mayoría de las pantallas muestra el cine de las grandes productoras y ni este cine y ni siquiera el cine argentino ocupan el lugar que se merecen. De esta manera, el público pierde la oportunidad de apreciar una cinematografía mucho más cercana a nuestras realidades, pierde la oportunidad de educar el gusto, de abrirse a otras propuestas. Un verdadera lástima. Ojalá se estrenen en Argentina Las buenas maneras, Los silencios, Las herederas o Pájaros de verano, no dudo de que tendrían su público.

En cuanto al cine argentino, frente al brasileño, cuyas películas fueron muy premiadas, tuvo una magra cosecha. El excelente El silencio es un cuerpo que cae, film de la cordobesa Agustina Comedi sobre la biografía de su padre, elaborado íntegramente con material de archivo, tuvo el mejor lugar: ganó el premio a Mejor Documental. Y el tucumano Sergio Prina ganó el premio a Mejor Actor por su trabajo en El motoarrebatador.

Algo sintomático: el 40 % de todas las películas proyectadas en el festival estuvieron dirigidas por mujeres. No se trató sólo de una decisión política, sino que pesó más la calidad de las mismas. Y los tres jurados estuvieron presididos por mujeres…

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