El ángel
Dirección:
Luis Ortega
Guión:
Luis Ortega, Rodolfo Palacios, Sergio Olguín
Argentina-España/2017
Josefina
Sartora
Las
crónicas policiales argentinas abundan en personajes siniestros, míticos,
emblemáticos, merecedores de novelas y películas, porque en ese campo la
realidad siempre ha superado la ficción, que no hace más que aproximarse al
modelo. El Petiso Orejudo, el Clan Puccio, Carlos Robledo Puch son algunos de
ellos, y ni qué decir de la Junta militar, que a pesar de haber generado
variedad de evocaciones literarias, ninguna llegó a plasmar ni de cerca el
grado de perversión de sus hechos.
En
una primera mención, la combinación Luis Ortega – Carlos Robledo Puch parecía
la ideal: un director que se ha animado
a transitar zonas poco glamorosas de nuestra cruda realidad, con un estilo
despojado y a veces macabro, resultaba la batuta ideal para organizar
cinematográficamente la historia de ese personaje que en su corta edad había
desarrollado una escalofriante conducta de robos y homicidios con total
amoralidad. Ortega quiso alejarse de sus producciones pequeñas, casi
artesanales, que ha llevado a cabo con su hermano Sebastián. Concibió El
ángel como la película más ambiciosa de su filmografía, en términos de
producción. Con un elenco estelar: Mercedes Morán –quien atraviesa un momento
de gran ocupación, protagonizando numerosas películas que se estrenan este
año-, Chino Darín y Daniel Fanego -excelentes ambos-, Cecilia Roth, Peter
Lanzani y el chileno Luis Gnecco componen los distintos hilos de esta trama
familiar y criminal. En términos de producción, Ortega pasó a las ligas
mayores, y estrenó en Cannes, como todas las películas vinculadas a la
productora de Pedro Almodóvar.
Ortega
narra con pericia el veloz ascenso y caída de este ángel, de quien la cámara
parece enamorada. El debutante Lorenzo Ferro tiene sí, un rostro angelical, una
boca exageradamente rebosante y un pelo agitado, todo lo cual lo convierte casi
en ícono, un querubín andrógino del barroco italiano, un putto. Carlos Robledo Puch tenía menos de veinte años cuando empezó
a delinquir. Lo que en un principio constituía una travesura pesada, entrar a
casa ajena a curiosear, tomarse unos tragos, escuchar música y robarse fruslerías,
rápidamente pasa a mayores cuando encuentra los compañeros adecuados: padre e
hijo que saben capitalizar el talento de ese muchacho para invadir lo ajeno, y
su entusiasmo juvenil en lo que él considera casi un juego: robar y matar casi
naturalmente. Y sin embargo, Ortega no despliega aquí su estilo más morbo, cultivado
en Caja
negra y Lulú, por ejemplo, cuando el tema se lo daba servido. Al
contrario, narra de una manera prolija, limpia -demasiado limpia y prolija-
cuando esperábamos algo más de sangre y estallido.
Este
estilo lavado, podríamos decir, prima en las relaciones con las dos familias,
algo indefinidas, sobre todo la de Carlos con sus padres, no tanto con los
padres de su cómplice Ramón. Prima también en los atracos y asesinatos,
llevados a cabo con asombrosa limpieza. Pero esta liviandad es propicia para mostrar
la ausencia de moral en el protagonista, la carencia de conflicto o
cuestionamiento, la gratuidad con que mata a quemarropa. Es muy acertado el
punto de vista, que no cuestiona a los personajes, ni postula interpretaciones
psi, limitándose a mostrar los hechos y hasta se identifica con su protagonista.
Tal vez demasiado insistente la intención de plantear la homosexualidad como
constante trasfondo de esas acciones.
Llama
la atención que una recreación de época tan prolija, cuya producción de arte
utiliza los coches de entonces, el mobiliario adecuado para cada clase social,
incluso los detalles de decoración –Almodóvar, presente- y por supuesto el
vestuario y la música pop de entonces, no haya cuidado en la misma medida el
habla de los ’70 en Buenos Aires. En esos años no se usaba todavía el “está bueno…”, ni el hoy omnipresente “¿todo bien?” que utilizan los
personajes. Y no se oye ningún modismo de esa década, que los tuvo.
El
cine está abocado a presentar el lado más oscuro de la intocable y
benemérita clase media argentina.
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