9 de agosto de 2018

El lado oscuro de la clase media

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El ángel
Dirección: Luis Ortega
Guión: Luis Ortega, Rodolfo Palacios, Sergio Olguín
Argentina-España/2017

Josefina Sartora


Las crónicas policiales argentinas abundan en personajes siniestros, míticos, emblemáticos, merecedores de novelas y películas, porque en ese campo la realidad siempre ha superado la ficción, que no hace más que aproximarse al modelo. El Petiso Orejudo, el Clan Puccio, Carlos Robledo Puch son algunos de ellos, y ni qué decir de la Junta militar, que a pesar de haber generado variedad de evocaciones literarias, ninguna llegó a plasmar ni de cerca el grado de perversión de sus hechos.

En una primera mención, la combinación Luis Ortega – Carlos Robledo Puch parecía la ideal:  un director que se ha animado a transitar zonas poco glamorosas de nuestra cruda realidad, con un estilo despojado y a veces macabro, resultaba la batuta ideal para organizar cinematográficamente la historia de ese personaje que en su corta edad había desarrollado una escalofriante conducta de robos y homicidios con total amoralidad. Ortega quiso alejarse de sus producciones pequeñas, casi artesanales, que ha llevado a cabo con su hermano Sebastián. Concibió El ángel como la película más ambiciosa de su filmografía, en términos de producción. Con un elenco estelar: Mercedes Morán –quien atraviesa un momento de gran ocupación, protagonizando numerosas películas que se estrenan este año-, Chino Darín y Daniel Fanego -excelentes ambos-, Cecilia Roth, Peter Lanzani y el chileno Luis Gnecco componen los distintos hilos de esta trama familiar y criminal. En términos de producción, Ortega pasó a las ligas mayores, y estrenó en Cannes, como todas las películas vinculadas a la productora de Pedro Almodóvar.

Ortega narra con pericia el veloz ascenso y caída de este ángel, de quien la cámara parece enamorada. El debutante Lorenzo Ferro tiene sí, un rostro angelical, una boca exageradamente rebosante y un pelo agitado, todo lo cual lo convierte casi en ícono, un querubín andrógino del barroco italiano, un putto. Carlos Robledo Puch tenía menos de veinte años cuando empezó a delinquir. Lo que en un principio constituía una travesura pesada, entrar a casa ajena a curiosear, tomarse unos tragos, escuchar música y robarse fruslerías, rápidamente pasa a mayores cuando encuentra los compañeros adecuados: padre e hijo que saben capitalizar el talento de ese muchacho para invadir lo ajeno, y su entusiasmo juvenil en lo que él considera casi un juego: robar y matar casi naturalmente. Y sin embargo, Ortega no despliega aquí su estilo más morbo, cultivado en Caja negra y Lulú, por ejemplo, cuando el tema se lo daba servido. Al contrario, narra de una manera prolija, limpia -demasiado limpia y prolija- cuando esperábamos algo más de sangre y estallido.


Este estilo lavado, podríamos decir, prima en las relaciones con las dos familias, algo indefinidas, sobre todo la de Carlos con sus padres, no tanto con los padres de su cómplice Ramón. Prima también en los atracos y asesinatos, llevados a cabo con asombrosa limpieza. Pero esta liviandad es propicia para mostrar la ausencia de moral en el protagonista, la carencia de conflicto o cuestionamiento, la gratuidad con que mata a quemarropa. Es muy acertado el punto de vista, que no cuestiona a los personajes, ni postula interpretaciones psi, limitándose a mostrar los hechos y hasta se identifica con su protagonista. Tal vez demasiado insistente la intención de plantear la homosexualidad como constante trasfondo de esas acciones.



Llama la atención que una recreación de época tan prolija, cuya producción de arte utiliza los coches de entonces, el mobiliario adecuado para cada clase social, incluso los detalles de decoración –Almodóvar, presente- y por supuesto el vestuario y la música pop de entonces, no haya cuidado en la misma medida el habla de los ’70 en Buenos Aires. En esos años no se usaba todavía el “está bueno…”, ni el hoy omnipresente “¿todo bien?” que utilizan los personajes. Y no se oye ningún modismo de esa década, que los tuvo.

El cine está abocado a presentar el lado más oscuro de la intocable y benemérita clase media argentina.

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