Bafici 2019. Primera nota
El
cambio del Bafici -que ha mudado de Abasto a Recoleta y de allí a Belgrano- no es sólo geográfico. Hay un cambio cualitativo, que aunque
no es nuevo, sino que arrastra ya varios años, en esta oportunidad ya es muy
evidente. La falta de riesgo -o en todo caso, los riegos que se toman con las
numerosas operas primas no logran un buen resultado- la ausencia de buenos títulos
de directores consagrados, la presencia de películas impresentables en las
Competencias, en suma, una programación muy poco o nada estimulante, conforman
un Bafici devaluado. El símbolo más elocuente lo constituyen los cortos
institucionales de este año, protagonizados por un búho estrambótico que
pretende ser humorístico y da vergüenza ajena. Lejos ha quedado el Bafici que
supo tener en su corto un búho serio y silencioso filmado por Lisandro Alonso.
Pero
veamos algunas de las películas, sin rigor clasificatorio: entre las películas
argentinas en la Competencia de Derechos Humanos, Vigilia en
agosto, de Luis María Mercado. Las altas
torres de los silos graneros dominan todas las acciones que se desarrollan en
un pueblo de la pampa agropecuaria. Allí, una joven (Rita Pauls) vive sus
últimos días de soltería ocupada en las tareas habituales antes de la boda,
cuando sufre una epifanía negativa: se da cuenta de que el mundo no es el lugar
idílico que creía conocer, ni su novio lindo y todopoderoso la persona que ella
suponía. Una tragedia, culpas negadas o sofocadas bajo un manto de silencio,
consecuencias violentas, y sobre todo las verdades no dichas se presentan ante
Magda aunque a su alrededor nadie quiera ver ni aceptar la realidad.
Luis María Mercado ha realizado una opera
prima muy deudora de los mundos de Lucrecia Martel, de su manera de presentar
la idiosincrasia de la clase media y el patriarcado, y de abordar el tema de eso no se habla, de subsumir todo en
el consabido son cosas que pasan.
Magda atraviesa un verdadero proceso iniciático al asumir lo que será vivir en
la negación y la mentira. A manera de coro griego, la mujeres de su entorno
(María Fiorentino, Eva Bianco) sostienen el status quo en una fuga hacia el pensamiento
mágico.
En
Competencia argentina, lo último de José Celestino
Campusano, Hombres de piel dura. Siguiendo con sus películas de mensaje moralizante,
Campusano sale del conurbano y se interna en la pampa húmeda para abordar el tema
de los curas pedófilos. Muy a tono con el día, uno de sus protagonistas es un
cura que abusa de cuanto niño llega al comedor comunitario de su parroquia. El
otro protagonista es Ariel, un muchacho del cual el cura ha abusado y hoy
rechaza. El chico, desesperado al principio, no tarda en asumir su condición
sexual, se introduce en el mundo gay del pueblo y seduce a los peones de su
padre.
Película con varios giros, dura y áspera
como todo el cine de Campusano, vuelve a mostrar una galería de actores no
profesionales que funciona mejor que otras veces. Pero la historia resulta
cruda y obvia, sin sutilezas –el cura es en todo miserable, la hermana en todo
fiel- y sin ahorrar detalle en las relaciones sexuales, y en su desmitificación
del peón argentino machote.
En
la Competencia internacional: The Unicorn, dirigida por Isabelle Dupuis y Tim Geraghty, Estados Unidos/2018. El
mayor mérito musical de Peter Grudzien había sido su disco The Unicorn, de 1974, considerado el primer LP de música country abiertamente gay, algo inusitado
en el mundo hetero del country.
Después de haber sido conocido por ello, Grudzien pasó a ser un músico outsider. Isabelle Dupuis y Tim Geraghty
acompañan al músico durante 3 años en su retiro en Queens, New York, donde vive,
en casa de su padre casi centenario, con él y su hermana Terry. Y sólo sale
para concurrir a marchas de orgullo gay o a hacer música en ignotos clubs donde
nadie parece reparar en él. Indudablemente, Grudzien sale de los cánones,
suerte de ermitaño en esa vivienda deteriorada donde se acumula toda clase de
objetos: equipos electrónicos, instrumentos musicales, discos, videos, banderas
–la de la Confederación sureña en sitio preferencial- y memorabilia. Allí evoca
su vida, sus problemas mentales, económicos y familiares, generando una enorme
melancolía.
Las figuras bizarras del protagonista y de
su padre, y la de su hermana paciente psiquiátrica, con su máscara facial y sus
memorias de tratamientos de shock, las pelucas, el hablar balbuceante, el
ambiente decrépito y saturado, sus peleas, la paranoia, la locura de los tres
personajes, hasta el leitmotiv del gato, todo remite sin escalas al célebre
documental Grey Gardens de los hermanos Maysles sobre madre e hija Bouvier
Beale, otros dos personajes border
que hicieron de su vida un arte. Un arte povera,
sí, poco convencional y con mucho de locura, y más cercano a la performance. Dupuis
y Geraghty muestran el delirio y el pesar sin filtros, sin atenuantes.
En la Competencia de Derechos Humanos: Kabul,
City in the Wind, de Aboozar Amini,
Holanda-Alemania-Japón-Afganistán/2018. La vida cotidiana en Kabul está pautada
por los bombardeos y atentados suicidas. Abbas es conductor de ómnibus y sabe
que toda su vida ha sido una lucha por la supervivencia, ahora con una familia.
En otro hogar, los niños crecen familiarizados con la violencia, los ataques, las
armas, la sangre y la muerte, y asumen responsabilidades superiores a las que
permitiría su edad.
Este documental -opera prima del afgano
Aboozar Kaimi- elige filmar esos momentos de rutina diaria de manera
contemplativa: los niños regando los árboles del patio familiar, o haciendo las
compras, escenas y personajes en el mercado, y el hombre reparando su vehículo
o jugando con sus hijas. La vida misma en suma, mientras la guerra cotidiana queda retirada a
un relativo fuera de campo.
Josefina
Sartora
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