11 de abril de 2019

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Bafici 2019. Primera nota

El cambio del Bafici -que ha mudado de Abasto a Recoleta y de allí a Belgrano- no es sólo geográfico. Hay un cambio cualitativo, que aunque no es nuevo, sino que arrastra ya varios años, en esta oportunidad ya es muy evidente. La falta de riesgo -o en todo caso, los riegos que se toman con las numerosas operas primas no logran un buen resultado- la ausencia de buenos títulos de directores consagrados, la presencia de películas impresentables en las Competencias, en suma, una programación muy poco o nada estimulante, conforman un Bafici devaluado. El símbolo más elocuente lo constituyen los cortos institucionales de este año, protagonizados por un búho estrambótico que pretende ser humorístico y da vergüenza ajena. Lejos ha quedado el Bafici que supo tener en su corto un búho serio y silencioso filmado por Lisandro Alonso.


Pero veamos algunas de las películas, sin rigor clasificatorio: entre las películas argentinas en la Competencia de Derechos Humanos, Vigilia en agosto, de Luis María Mercado. Las altas torres de los silos graneros dominan todas las acciones que se desarrollan en un pueblo de la pampa agropecuaria. Allí, una joven (Rita Pauls) vive sus últimos días de soltería ocupada en las tareas habituales antes de la boda, cuando sufre una epifanía negativa: se da cuenta de que el mundo no es el lugar idílico que creía conocer, ni su novio lindo y todopoderoso la persona que ella suponía. Una tragedia, culpas negadas o sofocadas bajo un manto de silencio, consecuencias violentas, y sobre todo las verdades no dichas se presentan ante Magda aunque a su alrededor nadie quiera ver ni aceptar la realidad.

Luis María Mercado ha realizado una opera prima muy deudora de los mundos de Lucrecia Martel, de su manera de presentar la idiosincrasia de la clase media y el patriarcado, y de abordar el tema de eso no se habla, de subsumir todo en el consabido son cosas que pasan. Magda atraviesa un verdadero proceso iniciático al asumir lo que será vivir en la negación y la mentira. A manera de coro griego, la mujeres de su entorno (María Fiorentino, Eva Bianco) sostienen el status quo en una fuga hacia el pensamiento mágico.


En Competencia argentina, lo último de José Celestino Campusano, Hombres de piel dura. Siguiendo con sus películas de mensaje moralizante, Campusano sale del conurbano y se interna en la pampa húmeda para abordar el tema de los curas pedófilos. Muy a tono con el día, uno de sus protagonistas es un cura que abusa de cuanto niño llega al comedor comunitario de su parroquia. El otro protagonista es Ariel, un muchacho del cual el cura ha abusado y hoy rechaza. El chico, desesperado al principio, no tarda en asumir su condición sexual, se introduce en el mundo gay del pueblo y seduce a los peones de su padre.

Película con varios giros, dura y áspera como todo el cine de Campusano, vuelve a mostrar una galería de actores no profesionales que funciona mejor que otras veces. Pero la historia resulta cruda y obvia, sin sutilezas –el cura es en todo miserable, la hermana en todo fiel- y sin ahorrar detalle en las relaciones sexuales, y en su desmitificación del peón argentino machote.


En la Competencia internacional: The Unicorn, dirigida por Isabelle Dupuis y Tim Geraghty, Estados Unidos/2018. El mayor mérito musical de Peter Grudzien había sido su disco The Unicorn, de 1974, considerado el primer LP de música country abiertamente gay, algo inusitado en el mundo hetero del country. Después de haber sido conocido por ello, Grudzien pasó a ser un músico outsider. Isabelle Dupuis y Tim Geraghty acompañan al músico durante 3 años en su retiro en Queens, New York, donde vive, en casa de su padre casi centenario, con él y su hermana Terry. Y sólo sale para concurrir a marchas de orgullo gay o a hacer música en ignotos clubs donde nadie parece reparar en él. Indudablemente, Grudzien sale de los cánones, suerte de ermitaño en esa vivienda deteriorada donde se acumula toda clase de objetos: equipos electrónicos, instrumentos musicales, discos, videos, banderas –la de la Confederación sureña en sitio preferencial- y memorabilia. Allí evoca su vida, sus problemas mentales, económicos y familiares, generando una enorme melancolía.

Las figuras bizarras del protagonista y de su padre, y la de su hermana paciente psiquiátrica, con su máscara facial y sus memorias de tratamientos de shock, las pelucas, el hablar balbuceante, el ambiente decrépito y saturado, sus peleas, la paranoia, la locura de los tres personajes, hasta el leitmotiv del gato, todo remite sin escalas al célebre documental Grey Gardens de los hermanos Maysles sobre madre e hija Bouvier Beale, otros dos personajes border que hicieron de su vida un arte. Un arte povera, sí, poco convencional y con mucho de locura, y más cercano a la performance. Dupuis y Geraghty muestran el delirio y el pesar sin filtros, sin atenuantes.


En la Competencia de Derechos Humanos: Kabul, City in the Wind, de Aboozar Amini, Holanda-Alemania-Japón-Afganistán/2018. La vida cotidiana en Kabul está pautada por los bombardeos y atentados suicidas. Abbas es conductor de ómnibus y sabe que toda su vida ha sido una lucha por la supervivencia, ahora con una familia. En otro hogar, los niños crecen familiarizados con la violencia, los ataques, las armas, la sangre y la muerte, y asumen responsabilidades superiores a las que permitiría su edad.
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Este documental -opera prima del afgano Aboozar Kaimi- elige filmar esos momentos de rutina diaria de manera contemplativa: los niños regando los árboles del patio familiar, o haciendo las compras, escenas y personajes en el mercado, y el hombre reparando su vehículo o jugando con sus hijas. La vida misma en suma,  mientras la guerra cotidiana queda retirada a un relativo fuera de campo.

Josefina Sartora

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