16 de abril de 2019


Bafici 2019 – Segunda nota

Fin de siglo. Lucio Castro, Argentina/2019


El encuentro romántico entre dos hombres pudo haber sido una convencional historia de amor gay, pero en manos del debutante Lucio Castro se transforma en una poderosa narración que le valió el premio de la Competencia Argentina. Un poeta argentino que vive en Nueva York (Juan Barberini) y un español que vive en Berlín (Ramón Pujol) se encuentran en Barcelona y viven un coup de foudre con absoluta libertad, con fuertes y bellamente filmadas escenas de sexo. Pero entonces la narración se bifurca, retrocede en el tiempo sin que se note en los personajes, toma caminos alternativos que sorprenden, entra en mundos paralelos, intersecta realidad y fantasía. La libertad narrativa de Castro es la misma que muestra en sus ideas, sobre el amor gay, sobre el matrimonio, la paternidad, la vida y la muerte en una notable opera prima.

La fundición del tiempo. Juan Alvarez Neme, Uruguay/2019


La sola mención de Nagasaki evoca inmediatamente el sitio donde se arrojó una de las dos únicas bombas atómicas en la historia del hombre, hasta ahora. Un sanador de árboles evoca el proceso de curación de varios árboles dañados cuando la ciudad ardió completamente en cuestión de segundos, reducida a carbón y cenizas en minutos. El transmite testimonios que ha oído de sobrevivientes de la explosión, que resultó la más poderosa arma de muerte masiva, narrando hechos escalofriantes para pedir que ese hecho traumático nunca se repita. Antes y después, tomas fijas de la naturaleza y sus fenómenos parecen hablar de la continuidad de la vida. Eppur si muove.

Tras un intervalo musical y neblinoso, se pasa del blanco y negro al color, de Oriente a Occidente. La naturaleza vuelve a ser protagonista, y en ella, un hombre y los caballos. Con delicadeza, tiempo y paciencia, establece una relación con un potro que, tras su buen trato, termina por domesticarse. Sin palabras, con una bella fotografía, una propuesta diferente.

So Long My Son. Wang Xiaoshuai, China/2018


Director chino de la generación más joven (sexta), Wang vuelve a trazar un cuadro crítico de las políticas chinas de las últimas décadas, como hiciera en su anterior Red Amnesia (2014). En un ir y venir en el tiempo, narrando la historia en distintos momentos que no siguen un orden cronológico, So Long My Son atraviesa la historia social de China en los últimos treinta años a través de un drama familiar. Una pareja de trabajadores en una fábrica pierde a su hijo en un accidente, pérdida que marcará toda su vida y el film. A la luz de cada episodio mostrado en su momento, los demás, vistos antes, adquieren una resignificación. Por ejemplo, cuando la madre debe abortar porque la ley no le permite tener un segundo hijo, comprendemos la relevancia del hecho porque sabemos que su único hijo va a morir. Quien la obliga a abortar es su amiga, vecina en la vivienda comunitaria de la fábrica, y su superior jerárquico. Ambas familias vecinas encarnan dos modelos de la China moderna, con destinos que se bifurcan. Cuando queda cesante la pareja sin hijos empieza una nueva vida, lo que los aparta de la burocracia, y de acceder a las mejoras que la entrada en el capitalismo habrá de aportar a su entorno.

La crítica a la política del hijo único que regió hasta hace muy poco se agudiza con los conflictos que viven con su hijo adoptivo. La melancolía, una profunda tristeza gobierna las vidas de esa pareja, sin que el melodrama caiga nunca en el golpe bajo. El final, sin embargo, ablanda la historia, pero habrá que investigar cuánto tuvo que ver la censura china actual en la elección. Estructurada en episodios que transcurren en distintos momentos temporales desde los ’80 hasta el presente, yendo de una fría ciudad del norte a otra del sur cálido, la narración es sólida, el montaje inteligente, y si por momentos podría hacerse confusa, la diferente luz, color e iluminación, las marcas de edad en los rostros de los protagonistas constituyen los indicios para comprender en qué época transcurre cada episodio. Wang vuelve a abordar los dilemas éticos y morales que se plantean en consecuencia a una política autoritaria, y su historia familiar deviene colectiva.

Aquarela. Viktor Kossakovsky, Reino Unido-Alemania-Dinamarca-Estados Unidos/2018


La potencia y belleza del agua en sus distintas formas cautiva en este film-ensayo o documental de Viktor Kossakovsky, quien ya nos había sorprendido con Hush! y sobre todo con ¡Vivan las antípodas! y sus creativas exploraciones geográficas. La experiencia de sumergirse en su último trabajo es difícil de transmitir en palabras. Ese mismo criterio ha sido el del director, quien presenta un mundo acuático sin narrador, casi sin palabras, dejando que el agua hable por su sola presencia. En un recorrido por diversos puntos geográficos del mundo, con un montaje abrupto que va cambiando de espacios, la cámara capta las distintas formas que toma el agua, con una mirada poderosa: el segmento más largo es el de las impresionantes panorámicas sobre lagos congelados, donde los hombres trabajan con dificultad para rescatar vehículos que han caído al agua. No es una vana elección que casi las únicas palabras que se oyen en todo el film refieran a que el deshielo llegó este año varias semanas antes de lo habitual. El tema del recalentamiento climático subyace silente pero elocuente, en todo el film.

La espléndida fotografía llega a tomar un carácter abstracto, que trasciende el tema. Glaciares que se derriten, cayendo en enormes bloques de hielo en el agua, inmensas olas que arrojan una nube de espuma  mientras se revuelven majestuosamente, caídas de agua en altísimos cañadones, seres humanos trabajando para mantener a flote un velero en medio del mar embravecido, cada toma lleva a interrogarse sobre el cómo está realizada, dónde se colocó la cámara para captar esa maravilla. El deshielo de los glaciares convertidos en monstruosas islas flotantes se instala como toda una amenaza. Y el poder del agua salida de su cauce puede verse en una Miami, centro del glamour de la sociedad consumista, sumergida bajo las aguas, abandonada, azotada por un huracán y el diluvio.

Concebida como una obra musical, la película no sólo juega con la imagen fascinante sino también con el ritmo, pasando de un momento agitado a otro de calma, otro de caos, de suspensión, etc. Y la música metal –no siempre presente- completa esta experiencia hipnótica en una obra de arte total.

Josefina Sartora

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