Festival
de Cosquín 2019 – Algunos premios
Josefina Sartora
Con un impecable trabajo del numeroso
equipo del FICIC culminó el 9º Festival de Cosquín, cumpliendo con una
programación arriesgada. Las protagonistas son las películas, y a la hora de la
premiación primaron los criterios políticos antes que los cinematográficos, al
menos en la Competencia de Largometrajes.
Sol alegría de
Tavinho Texeira fue la jugada elección del jurado integrado por Agustina
Comedi, Mariano Donoso y Julia Kratje. Una película en tono de farsa, provocadora,
transgresora, hasta desfachatada, en la cual algunos ven una alegoría de la
realidad que hoy vive Brasil, o en todo caso, una anticipación. El título es el
nombre de una falange que hace su centro en un convento de monjas hiper
liberales –algunas travestis-, que tienen una plantación de cannabis y viven el
placer como suerte de resistencia. Allí llega una familia después de haber
liquidado a un pastor charlatán filocastrense de los que abundan en Brasil,
quedándose con todo su dinero. El sexo es aquí una forma de resistencia
anarquista al régimen de control imperante, en contra de un posible orden
fascista. La película misma resulta la manifestación de una contracultura, una
expresión de resistencia a un orden, con su caos y cruce de géneros: porno,
road movie, western, musical e imágenes experimentales. Sus personajes,
máquinas revolucionarias que se niegan a la manipulación del deseo.
Otras dos películas merecieron varios
premios: Construcciones de Fernando Restelli y Lluvia de jaulas, de
César González. Ambas tuvieron una mención ex aequo o compartida del Jurado
Oficial, Lluvia de jaulas obtuvo el premio de la Asociación de Cronistas
y Construcciones
el de la Asociación de Productores de Córdoba. Ambas presentan mundos en los
márgenes, configuran cuadros sociales de un interés muy peculiar. Construcciones
el mundo privado de un padre algo mayor con su hijo pequeño, en un humilde hogar
sin mujer, y Lluvia de jaulas el mundo de las villas en la ciudad de Buenos
Aires, y la vida de sus jóvenes. Básicamente un film visual, con imágenes
poderosas que podrían prescindir de los comentarios en off que poco agregan a
lo que está fuertemente mostrado en la pantalla. Un muchacho protagonista
oficia de suerte de guía de ese mundo invisibilizado, en su recorrido por sus casas
y calles degradadas, estableciendo un duro contraste con las del centro
porteño. Si bien es reiterativa, resulta un valioso testimonio de la cultura
villera y el estado de su juventud, en emergencia permanente.
La Competencia de Largometrajes de FICIC
presentó una programación muy heterogénea. Muy superior al resto de las
películas vistas, pero ignorada por todos los jurados, In the Desert del israelí Avner Faingulernt
era sin embargo una elección ineludible. Un film muy ambicioso, que logra sus
objetivos, al abordar el conflicto árabe-israelí desde dentro de sus
protagonistas. Concebido como un díptico, se trata de dos películas pero ambas
se complementan, se espejan, dialogan entre sí al menos en la mirada del
espectador. Árabes e israelíes viven sus sueños, en este caso ambos en lo alto
del monte Hebrón en Cisjordania, una zona palestina pero ocupada y controlada
por el ejército israelí, donde están prohibidos los asentamientos. Sin embargo,
tanto el israelí Avidan como el árabe Omar instalan allí sus respectivas
granjas de ovejas. Faingulernt decidió acercarse en sus dos documentales a
ambos protagonistas y su entorno de manera diferente, no sólo en los mundos que
retrata sino en las elecciones artísticas para cada uno.
Avidan se instala con su socio en una
vivienda abandonada, y con la ayuda de sus amigos se dedica a reconstruirla y
criar sus ovejas en un trabajo muy duro, en condiciones poco favorables. Entre
todos constituyen una suerte de comunidad masculina que evoca las de los
hippies y de los kibbuz (Faingulernt creció en uno de ellos), donde abunda la
religión, la música, el tabaco, la bebida, y escasean la higiene y las mujeres.
Los hombres trabajan –y viven- pendientes de los movimientos de sus vecinos
árabes, a pocos metros: siempre con sus largavistas, trabajando con armas
largas al hombro, ante la menor discusión denuncian a esos “cerdos e ignorantes” árabes al ejército, que
prontamente acude a apoyarlos. Avidan necesita justificarse en cada momento:
recurre a la historia del pueblo de Israel que llegó a esas tierras después de
la expulsión de Egipto para conferir legitimidad a su ocupación. El
fundamentalismo de esos muchachos los convence de que por su sola presencia la
naturaleza de esa tierra ha de cambiar.
Por el otro lado, Omar –un hombre mayor
que Avidan- también deja la ciudad y se instala en el cerro en compañía de su
familia a criar ovejas. Lo hace con sus dos esposas: la mayor y su cuatro hijos
adultos, con sus niños, y la segunda esposa, una mujer menor que sus propios
hijos, y sus hijitas. Todo un clan que vive en tiendas, hasta que -contrariando
las leyes- Omar construye una pequeña casa de ladrillos, sabiendo que en
cualquier momento el ejército israelí podría venir a echarla abajo.
Esta es una granja comunitaria: toda la
familia trabaja allí, sobre todo las mujeres y los jóvenes, dedicando mucho
tiempo a la higiene del lugar y de sus propios cuerpos, y ocupan ese lugar
naturalmente. No hay aquí necesidad de justificaciones, ni interés por los
movimientos de sus vecinos. Sólo temor ante las fuerzas de la ocupación.
Si en una película lo político se hace
explícito en cada momento, en la otra permanece casi siempre fuera de campo:
sólo se oyen los helicópteros que sobrevuelan el lugar, algunas explosiones de
sus ejercicios de tiro, el temor por la destrucción del hogar. Si en Avidan’s
Dream la paleta de colores es cálida, como la tez y el pelo de sus
personajes, en Omar’s Dream los colores son más fríos, oscuros, como toda la
familia. Y si en la primera se prioriza el primer plano, en la segunda pocas
veces se recurre a él, prefiriendo los planos generales.
Sin embargo, ambos mundos tienen más que
las ovejas en común: el conflicto es interior, el problema personal y familiar
resulta de mayor importancia que el puramente político. Cuando Avidan disuelve
la sociedad que tenía con su amigo y lleva a su esposa e hijita a vivir con él,
cuando tiene un hijo varón y la esposa ha transformado su casa en un lugar
cálido y confortable, siente que se ha desconectado de esa tierra, que ya su
presencia allí no tiene sentido, y abandona el proyecto. El problema de Omar es
con sus esposas, con la difícil relación de su esposa joven con el resto de la
familia. En última –o primera- instancia, en ambos casos sus problemas son los del
patriarcado.
Dos películas plenas de ideas sobre el
mundo contemporáneo, que trascienden la castigada tierra palestina. Pero la
problemática local primó a la hora de la elección.
En la capital del folklore, hubo también
una sección –íntegramente proyectada en 16 mm, toda una curiosidad- de cine
clásico dedicado al gaucho, con programación de Fernando Martín Peña. Allí se
vio El
cura gaucho de Lucas Demare, Yo maté a Facundo de Hugo del Carril
y El
último montonero de Catrano Catrani.
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