4 de junio de 2019


Performances en la BP 19

Josefina Sartora

Acabó la Bienal de Performance 19, que en cada edición presenta valiosas propuestas internacionales y de creación local del arte de la performance. Siempre bajo la dirección de la incansable Graciela Casabé, este año tuvo un fuerte lado conceptual. Desde el primer día, con la obra de apertura, Last Spring de Gisèle Vienne a la que ya nos hemos referido aquí.


La obra que trajo Romeo Castellucci, Ethica. Natura e origine della mente, que se presentó en el teatro Coliseo en conjunto con el ciclo Italia in scena, está basada en el pensamiento de Baruch Spinoza. En el ámbito del escenario del Coliseo, una mujer cuelga de un cable, muy por arriba de las cabezas del público, que observa, curioso, la performance. En el suelo, un perro enorme, negro, se pasea o se posa mientras de su interior parece salir una voz que dialoga con la mujer. Los temas: la imagen, la luz, el público, la representación, la mente. Mientras conversan, a través de una figura recortada en el tabique del fondo circulan mujeres que progresivamente van despojándose de sus túnicas hasta la desnudez, y terminan en una figura negra siniestra. Una obra inquietante y sugerente, que terminará de evolucionar en el mente del espectador.


Ente los espectáculos locales, la polifacética Romina Paula presentó Caminantes, en el Centro Cultural Recoleta. Un grupo de mujeres camina alrededor de el Patio de los Naranjos. El público asiste sentado en reposeras bajo un cielo gris. Las mujeres leen en voz alta, avanzan, sólo se detienen brevemente cuando cada una de ellas termina su texto. Algunas de ellas son destacadas actrices, como Agustina Muñoz, Pilar Gamboa o Mariana Chaud. Otras menos famosas, algunas niñas. Cada mujer lee un texto de alguna escritora, referidos a la condición femenina: Sara Gallardo, Marosa de Giorgio, Hebe Uhart, Emily Dickinson son algunas de las autoras. En ocasiones, las lectoras invitan a alguien del público a acompañarlas en su travesía. Una performance muy significativa, en pleno auge del feminismo y de las manifestaciones públicas femeninas.

Frente a al poder del texto, hubo dos propuestas que apelaron a la participación del público, que debió poner su cuerpo y vivenciar la performance. El actor y director Lisandro Rodríguez invitó a los participantes a un viaje en moto. El invitado decidía su destino, pero el viaje se hacía con los ojos vendados, generando una sensación diferente, en algunos casos atemorizante, en todos excitante. Julián D’Angiolillo por su parte, guió una caminata por el Parque Rivadavia, tan vapuleado y degradado últimamente.

Foto gentileza Andrés Manrique

En sus tres ediciones, la Bienal ha traído propuestas novedosas, arriesgadas, en las que pesa el cariz de lo efímero. El cierre estuvo acorde con la propuesta. La actriz Maricel Álvarez –programadora de la BP 19- junto a Emilio García Wehbi y su grupo La Columna Durruti presentaron Vida y muerte del concepto clásico de utilidad. En la sala Imán se inaugura una exposición colectiva. Es algo raro: son reproducciones de famosos artistas plásticos: Marcos López, Liliana Porter, Roberto Jacoby, Marta Minujin, entre otros. Después de los vinos, Álvarez realiza una lectura performática de un texto de García Wehbi. En un tomo muy teatral, expone de manera irónica, corrosiva, la modalidad actual del arte, los vicios del mercado, el snobismo del medio, la indecencia de los valores, en fin, una crítica política y social al estado de situación del arte como mercancía. No deja títere con cabeza, desde los artistas hasta los coleccionistas, pasando por galeristas curadores y todos los que convierten el arte contemporáneo en una estafa. Tras la desopilante actuación, todo el equipo se aboca enmascarado, excitado, a destruir todas y cada una de las piezas exhibidas al son de una música estridente, en un maremágnum infernal, hasta hacerlas añicos, trizas, jirones. No ha terminado todo entonces: el discurso continúa con la propuesta de lo que debe ser un arte para todos, y a continuación se realiza un remate de lotes armados con una selección de restos de obras. 

Foto gentileza Andrés Manrique

La performance –única, irrepetible, que pudo caer pesada para algunos- cumplió con los criterios de este arte, iconoclasta, transformador de los parámetros artísticos convencionales. Resulta inevitable el recuerdo de los happenings que se practicaban en los ’60: la evocada sombra de Minujin sobrevolaba ese galpón de Chacarita.

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