Leandro
Erlich en el Malba
Josefina Sartora
Asombra ver hoy el frente del Malba. Por
un lado, el enorme cartel de venta de la propiedad, incluidas todas sus
riquezas artísticas, y por el otro, la gran escultura que desafía la gravedad, que
exhibe una precaria construcción junto a una carretilla, herramientas, ropas,
en lo alto en el espacio, donde se llega con una escalera. Todo sostenido
apenas por dos tensores. Cuando vemos que el encargado de la venta es el
expositor Leandro Erlich, comprendemos la boutade,
pero seguimos asombrándonos, porque semejante referencia al estado crítico de
nuestra ciudad y sociedad se manifieste en el frente de ese museo privado, cuya
propietaria es una fundación con el nombre y apellido de uno de los más
poderosos financistas de nuestro país. Y más aun nos sorprendemos cuando el
mismo Eduardo Costantini anuncia en la presentación de la muestra que el pago
de la compra puede ser en especias: obra, en caso de artistas, o trabajo,
cursos, etc. Si bien la obra suspendida fue originada cuando el huracán Katrina
azotó Nueva Orleans, hoy su instalación en Buenos Aires, azotada por una crisis
tan mortífera como aquella, resulta totalmente pertinente.
Erlich trabaja con la percepción, y la
virtualidad. Con una técnica depurada, exquisita, plantea situaciones de la
realidad cotidiana en instalaciones que desafían los órdenes reales, creando trampas
perceptivas que quiebran las certezas visuales. Su muestra antológica se titula
Liminal –lo que está en el inicio de
algo, o el umbral de un pasaje a lo otro-, y es el espectador quien ha de
sentir qué ha dejado atrás, y hacia dónde se abre esta nueva realidad.
Pese a su juventud (nació en 1973),
Erlich y su obra han estado presentes en importantes museos de todo el mundo, y
hoy reúne varias de ellas con la curaduría de Dan Cameron, de Nueva York. La
más célebre, La pileta, enorme
trabajo donde Erlich juega con la visión ilusoria, el trompe l’oeil, invitándonos a penetrar debajo del agua.
Otras
esculturas remiten a los medios de transporte, como los ascensores, el avión a
través de cuyas ventanillas vemos pasar las nubes, el subterráneo en perspectiva,
los juegos de espejos, como en la peluquería o en el jardín oculto cuyas
ventanas en sus cuatro muros reproducen nuestra figura, espacios banales que
sin embargo producen una sensación de estupor o extrañamiento. El espectador está
colocado en una posición activa, y siente que su percepción carece de toda
certeza, sumido en un estado de inquietud. No es otra la misión del artista.
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