19 de julio de 2019

Basta de certezas


Leandro Erlich en el Malba

Josefina Sartora


Asombra ver hoy el frente del Malba. Por un lado, el enorme cartel de venta de la propiedad, incluidas todas sus riquezas artísticas, y por el otro, la gran escultura que desafía la gravedad, que exhibe una precaria construcción junto a una carretilla, herramientas, ropas, en lo alto en el espacio, donde se llega con una escalera. Todo sostenido apenas por dos tensores. Cuando vemos que el encargado de la venta es el expositor Leandro Erlich, comprendemos la boutade, pero seguimos asombrándonos, porque semejante referencia al estado crítico de nuestra ciudad y sociedad se manifieste en el frente de ese museo privado, cuya propietaria es una fundación con el nombre y apellido de uno de los más poderosos financistas de nuestro país. Y más aun nos sorprendemos cuando el mismo Eduardo Costantini anuncia en la presentación de la muestra que el pago de la compra puede ser en especias: obra, en caso de artistas, o trabajo, cursos, etc. Si bien la obra suspendida fue originada cuando el huracán Katrina azotó Nueva Orleans, hoy su instalación en Buenos Aires, azotada por una crisis tan mortífera como aquella, resulta totalmente pertinente.

Erlich trabaja con la percepción, y la virtualidad. Con una técnica depurada, exquisita, plantea situaciones de la realidad cotidiana en instalaciones que desafían los órdenes reales, creando trampas perceptivas que quiebran las certezas visuales. Su muestra antológica se titula Liminal –lo que está en el inicio de algo, o el umbral de un pasaje a lo otro-, y es el espectador quien ha de sentir qué ha dejado atrás, y hacia dónde se abre esta nueva realidad.  


Pese a su juventud (nació en 1973), Erlich y su obra han estado presentes en importantes museos de todo el mundo, y hoy reúne varias de ellas con la curaduría de Dan Cameron, de Nueva York. La más célebre, La pileta, enorme trabajo donde Erlich juega con la visión ilusoria, el trompe l’oeil, invitándonos a penetrar debajo del agua. 


Otras esculturas remiten a los medios de transporte, como los ascensores, el avión a través de cuyas ventanillas vemos pasar las nubes, el subterráneo en perspectiva, los juegos de espejos, como en la peluquería o en el jardín oculto cuyas ventanas en sus cuatro muros reproducen nuestra figura, espacios banales que sin embargo producen una sensación de estupor o extrañamiento. El espectador está colocado en una posición activa, y siente que su percepción carece de toda certeza, sumido en un estado de inquietud.  No es otra la misión del artista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario