Monos
Dirección: Alejandro Landes Echavarría
Guión: Alejandro Landes y Alexis Dos
Santos
Colombia-Argentina-Holanda-Alemania-Suecia-Uruguay/2019
Josefina Sartora
Seguidora de lo mejor del último cine
latinoamericano, Monos es una durísima –si bien fascinante- experiencia visual,
así como narrativa. En inhóspitos parajes de la alta montaña, un grupo
paramilitar sólo identificado como perteneciente a “la organización” se refugia
en soledad, rodeados por nubes, lluvia, piedra y ciertas cuevas que hablan de
un pasado minero. Lo notable es que se trata de militantes muy jóvenes,
adolescentes y un niño, en quienes las características de género o identidad
sexual son borrosas, ambiguas. Allí llega el líder, el Mensajero, un duro y
único adulto, y es entonces cuando rige el orden, el entrenamiento, las órdenes
establecidas y cumplidas, el rigor. El los deja a cargo de una prisionera de
guerra, una doctora estadounidense (Julianne Nicholson), y de una vaca que ha
de darles alimento. Cuando el Mensajero no está, la situación se torna caótica,
lúdica y anárquica, típica de adolescentes, que mezclan con violencia armas,
sexo indiscriminado, juegos, disparos, hongos y alcohol.
No sabemos a qué organización pertenecen,
pero responden a una realidad que se vive en Colombia desde hace años –y en
otros países latinoamericanos-, apaciguada por momentos para volver a
calentarse. Tampoco sabemos a quiénes responden, ni cómo han sido reclutados, qué
situación de necesidad los ha llevado hasta allí, cuál es su ideología –o si
hay una ideología siquiera-, ni qué pretenden hacer con su secuestrada. La
película tiene un montaje muy ágil, a veces vertiginoso, de acciones, cuerpos
jóvenes, naturaleza, con una fotografía violenta, poderosa.
Posteriormente bajan a la selva, y allí
todo cambia: la luz, los colores, el calor, la vegetación tropical, los
insectos, transmiten una sensación casi física, subrayada por la expresiva,
polifacética y alucinante banda de sonido de Mica Levi, ganadora en el último
Bafici. La experiencia en el espacio caótico de la selva va degradando a los
guerrilleros, en una progresiva animalización que evoca en muchos aspectos a El
señor de las moscas. Las relaciones entre los miembros del grupo
también van cambiando, sobre todo cuando surge un nuevo líder, y llega un punto
en que los secuestradores también luchan por quedar en libertad, como la
Doctora. Si al principio parecía haber un objetivo, una motivación, todo va
degenerándose hacia la violencia gratuita, arbitraria, hacia la irracionalidad.
Es entonces sorprendente que en esos parajes de anarquía, de naturaleza
indómita, encuentren una casa, donde habita una familia con niños que toman
sopa en la mesa familiar y se reúnen después a ver la televisión, que da un
contexto a la odisea.
Como en bastante cine colombiano, la
naturaleza posee el lugar relevante. Pero no sólo la naturaleza vegetal de la
selva, o mineral en la primera parte, sino por la importancia que cobra la
corporalidad. Cuerpos muy jóvenes, en pleno desarrollo, que experimentan sin
tabúes ni miedo alguno su potencialidad, su vitalidad y sexualidad. Cuerpos
andróginos, potentes, que prueban con unos y otras, con unas y otros,
indistintamente, en total libertad. Gran arrojo de un guión que se anima a combinar
guerrilla con homosexualidad, en el que colabora Alexis Dos Santos,
director de Glue, otra película gay. Los siete miembros del grupo fueron
elegidos entre cientos de jóvenes sin experiencia actoral previa, y tuvieron un
entrenamiento con Inés Efrón, quien logró sacar lo mejor de ellos, logrando
altas intensidades. Sólo el Mensajero (Wilson Salazar) tenía alguna
experiencia, no sólo como actor sino también por haber participado en grupos
armados.
Por supuesto, es inevitable el recuerdo
de Apocalipsis
Now, o de Nocturama, por la relación entre anarquía, locura, violencia y
arbitrariedad. Y también se relaciona con El abrazo de la serpiente, por su
lado localista, y el pintoresquismo que la ha llevado a muchos festivales.
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