Festival
de Valdivia 2019. 2ª nota
Josefina
Sartora
Competencia
Internacional
Historia de mi nombre. Dirección: Karin Cuyul,
Chile-Brasil/2019
Karin, la
directora, descubre cierto día que ha recibido su nombre porque evoca a la hija
de compañeros de militancia de sus padres. Entonces, inicia una búsqueda de ese
origen. Utilizando una profusión de registros del pasado, y tomas actuales,
realiza un viaje que no sólo es histórico, a las épocas en que sus padres eran
jóvenes y se trasladaban de un sitio a otro en busca de un buen trabajo y
bienestar, sino -y por ese motivo- también geográfico, que la lleva al extremo
norte de Chile, Antofagasta, hasta el sur, en Chiloé. “El interior de un auto
es un lugar seguro” dice la omnipresente voz en off de la realizdora narrando su documental, y desde la ventanilla
de un coche vemos pasar las distintas geografías chilenas: el desierto de
Atacama, junto al mar, los paisajes lluviosos del Sur. Esta abundancia de
imágenes desordenadas –como lo son los recuerdos- si bien llega a mostrar
algunos efectos de la dictadura, provocan que el film pierda su objetivo
inicial: conocer la historia de ese nombre. La Erin original, que fue apresada
y torturada, es dejada súbitamente de lado y se nos niega esa historia. Josefina
Sartora
Competencia
largometraje chileno
El príncipe. Sebastián Muñoz Costa del
Río, Chile-Argentina-Bélgica/2019
Las
películas del subgénero carcelario cumplen con ciertos tópicos, que El
príncipe desarrolla: ambiente cerrado, claustrofóbico, sordidez extrema
en una prisión del subdesarrollo, con guardas abusivos, sexo brutal y no tanto
entre los convictos, y otros. El ubicuo Alfredo Castro, actor todoterreno, es
el líder de la celda donde va a parar un joven que ha matado brutalmente a su
mejor amigo, en un ataque pasional de celos. Se establece entre ambos una
relación que no es sólo sexual sino de padrinazgo, protección y cierta clase de
amor. Película de iniciaciones, para un hombre joven que poco conoce de la
vida, y nunca ha salido de su espejo.
Breves
flashbacks arbitrariamente colocados
a lo largo del relato dan cuenta de su pasado, y de por qué ha acabado en esa
celda. Unos cuantos episodios hacen la narración interesante, dentro de
parámetros clásicos, y el duelo entre el capanga y el recién llegado Argentino
–Gastón Pauls en su mejor papel, en un personaje que parece ridiculizarse a sí
mismo- es lo mejor del film. El final es totalmente previsible, pero la
película no pierde su interés.
El
viaje de Monalisa.
Dirección: Nicole Costa, Chile-Estados Unidos/2019
Abundan
en esta edición del festival las películas con temática LGBT. El documental El
viaje de Monalisa de Nicole Costa hace foco en la personalidad de Iván
Monalisa, un personaje que escapó de su condición marginal de gay en el Chile
de los ‘90 a una Nueva York promisoria. Allí ha vivido hasta hoy, transitando
el mundo del travestismo, la prostitución, la droga, la performance y la literatura.
Monalisa resulta un personaje interesantísimo, totalmente comprometido con la
vida que lleva, en la que no existe el juicio ni el prejuicio. Auto proclamado
un two spirit, porque está cómodo con
su parte femenina tanto como con la masculina, manifiesta que “la prostitución
me ha dado el conocimiento empírico”, porque en el sexo nadie puede fingir.
Monalisa hace un show de sí misma, además de sostener un discurso contundente y
muy lúcido como Iván. La directora Nicole Costa, amiga de su juventud, lo
reencuentra en NY y filma su opera prima mostrando un retrato con todo amor,
cero prejuicios.
No
sólo el protagonista resulta atractivo, sino que el montaje y la dirección de
arte son coherentes con el relato, con la inclusión de imágenes gráficas,
textos de sus poemas y narraciones breves, y una experimentación con la imagen,
vibrante, eléctrica, nerviosa, que en alguna medida remite a sus problemas de
adicción. Uno de los personajes más notables del Festival.
Lina de Lima. Dirección: María Paz
González, Chile- Argentina-Perú/2019
Lina
es una trabajadora doméstica peruana en casa de un rico chileno. Se prepara
como cada año para ir a visitar a su hijo y su madre en Lima, en Navidad. La
vida de Lina es bastante opaca, tiene una cama en una pensión y a veces pasa la
noche en la nueva casa de su empleador, que está de viaje y se la ha confiado,
al igual que a su hija adolescente, con la cual Lina tiene una cercana y cálida
relación. Pero Lina se da cuenta de que su hijo ha crecido, que la distancia
entre ambos se ha ampliado, que él está en sus cosas y esa madre ausente ha
pasado a los márgenes de su vida.
Pero
en su soledad, en su amargura, Lina tiene una salida: en una suerte de alter
ego, en su fantasía canta canciones que combinan la cumbia peruana con músicas
tradicionales de las distintas regiones de Perú, con una elaborada puesta en
escena, producción de vestuario, coreografía, coros, etc. Una idea genial,
creativa, desopilante, llena de glamour, que se roba el film. Del cual salimos cantando, a pesar
del dolor.
Galas
Hra. Dirección: Alejandro
Fernández Almendras, República Checa-Chile-Francia-Corea del Sur/2019
Première mundial de la primera realización del excelente realizador chileno Alejandro Fernández Almendras en el exterior, Hra constituye un homenaje al cine clásico checo. Con un presupuesto limitado, fotografía en blanco y negro, cuadro chico, en un formato intencionalmente anticuado, su última película queda muy lejos de sus anteriores Huacho, Matar aún hombre, o Aquí no ha pasado nada, dedicadas a presentar la realidad social chilena. Es este un melodrama clásico, abiertamente teatral, con ciertas características del género: una pareja en crisis, inclusión de terceros (y cuartos), un director de teatro y su actriz, cruces entre teatro y vida y una banda musical de enorme riqueza y expresividad.
Première mundial de la primera realización del excelente realizador chileno Alejandro Fernández Almendras en el exterior, Hra constituye un homenaje al cine clásico checo. Con un presupuesto limitado, fotografía en blanco y negro, cuadro chico, en un formato intencionalmente anticuado, su última película queda muy lejos de sus anteriores Huacho, Matar aún hombre, o Aquí no ha pasado nada, dedicadas a presentar la realidad social chilena. Es este un melodrama clásico, abiertamente teatral, con ciertas características del género: una pareja en crisis, inclusión de terceros (y cuartos), un director de teatro y su actriz, cruces entre teatro y vida y una banda musical de enorme riqueza y expresividad.
En
una ciudad pequeña de la República Checa (donde vive la novia real de A.F.A.)
un director prepara una personal puesta en escena de la Fedra de Eurípides, según una versión de Miguel de Unamuno (“el
Kafka español”) y un agregado del director acerca de la corrupción post caída
del muro. Es decir, una reescritura de la reescritura. Empieza con problemas:
crisis con su pareja, con el municipio que exige cambios, pierde los actores
protagónicos, pero encuentra una reemplazante sensacional (no sólo en la
ficción: la actriz Elizabeta Maximová es extraordinaria). El tópico del coup de foudre entre director y actriz
está muy bien desarrollado, pese al lugar común. Pero si algo podía salir mal,
todo sale peor, convirtiendo todo el proceso en una debacle. No en vano el film
se titula Hra = juego.
Es
admirable cómo A.F.A ha logrado un clima en total empatía con el espíritu del
cine checo, tanto en la notable fotografía de Inti Briones, como en el tema, y
su tratamiento y desarrollo. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el director
no habla checo, y filmó con un mínimo equipo de luces. Petr (Jirí Mádl) es un
hombre que parece no entender nada de lo que le está sucediendo, y esto evoca a
tantos personajes checos del cine de los ’60. Muy estúpido, pero muy real. La
música subraya cada una de las escenas, como corresponde al melodrama, con
Shostakovich, Ravel, Brahms, Mozart y más.
Con
su estreno mundial en Valdivia, Hra ha comenzado un largo camino y
dará que hablar.
Martin Eden. Dirección: Pietro
Marcello, Italia-Francia/2019
Basada
en la novela más autobiográfica de Jack London, Martin Eden es una
película enorme, amplia, abarcativa, que presenta la sociedad europea de todo
un siglo, atravesando épocas sin especificar. Gran personaje literario y
cinematográfico, el protagonista es un marinero de Nápoles, que por
circunstancias casuales es aceptado por una familia de la alta burguesía.
Inmediatamente él y Elena, la hija de la casa, se enamoran, y él queda
fascinado por ese mundo privilegiado que le da acceso a la literatura. Ya tiene
todo decidido: será un escritor, y así podrá casarse con ella y aceptado en ese
medio. El camino de Martin no es fácil, teniendo en cuenta que es proletario e
iletrado, y la sociedad no lo ayuda. Un inconformista, el hombre arremete
contra toda forma institucional, partidos políticos, grupos literarios,
ganándose sólo enemigos.
Marcello
trabaja un fluir temporal sin indicaciones, sin datos temporales, con una
imagen y color intencionalmente antiguos: varias veces se habla de una guerra,
si especificar a cuál se refiere; la familia Orsini, aristocrática, parece
fijada en el siglo XIX, salida de un film de Visconti, con su estética
aristocrática, mientras la de Martin podría estar en uno del Rossellini
neorrealista. Por otro lado, la enorme riqueza de recursos también remite a
distintos momentos temporales: músicas de distintas épocas, registros en blanco
y negro de una Italia destruida, como la de Paisà o Europa
51, barcos carabela del siglo XIX y bombarderos de la segunda guerra,
esas imágenes desconciertan al tiempo que abren las posibilidades interpretativas.
Marcello ya había utilizado tomas de archivo también en Bocca di lupo, para
evocar una época de la historia de Italia.
Personaje
contradictorio, como tantos artistas de fuste, Martin esgrime su rebelión y su
individualismo como una bandera, que lo llevará –tras una transformación tanto
intelectual como física (gran composición de Luca Marinelli, premiado en
Venecia)- a la postura extrema propia de los vencedores, cínica y desdeñosa.
Una película que abre la reflexión –y nunca la cierra- sobre el poder de la
cultura, de las clases sociales, la esencia del socialismo, del individualismo
y tantos temas de nuestra época.
Nunca subí el
Provincia.
Dirección: Ignacio Agüero, Chile/2019
Ignacio
Agüero es un documentalista de aquellos que creen que pintar su casa es pintar
el mundo. Ya lo había sostenido en El otro día, presentado en Valdivia
en 2012, filmado en su casa, y con quienes llegaban a tocar el timbre. En esta
ocasión, vuelve a ese mismo espacio, y a su entorno: la esquina de su casa. A
Agüero no le interesa contar una historia, nada más lejos de este documental.
Sí le importa mostrar ese mundo que lo rodea, sus calles, su gente, sus
vecinos. Los entrevista, quiere conocer a todos los ocupantes de un edificio
cercano, que obstruye parte de la vista del imponente cerro Provincia que tiene
desde los altos de su casa. El suyo es el cine de las pequeñas grandes cosas:
su jardín, los niños, las plantas, los transeúntes, y siempre los pájaros.
Durante
el rodaje, lleva una suerte de bitácora en forma de cartas que dirige a una
realizadora, aunque al final las escribe sin destinatario, “escribir por
escribir” dice. Película circular, que va de su casa a la esquina, de allí a la
memoria, al recuerdo, y de este a la fantasía, sin atarse a esquemas rígidos,
siempre sosteniendo la libertad en el rodaje y la espontaneidad en el montaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario