10 de diciembre de 2019


Mitriade rè di Ponto

Josefina Sartora


Primera ópera seria compuesta por Mozart en 1770 durante un viaje a Italia a sus catorce años, Mitriade rè di Ponto (K 87 – 74a) fue estrenada por el compositor en Milán, pero después su partitura estuvo perdida hasta su recuperación en el siglo XX. Por primera vez se pone en escena en Latinoamérica, en el teatro 25 de mayo, con producción del Teatro Colón.

La versión estrenada aquí depara varias sorpresas, con libertades que tal vez hayan asustado a los puristas. Según el libreto de Vittorio Amedeo Cigna-Santi basado en una obra de Racine, Mitríades era el soberano de esa región del Mar Negro, en guerra con los invasores romanos en el siglo I de esta era. Creyéndolo muerto en batalla, sus dos hijos, Farnace y Xifare, compiten no sólo por el trono sino por el amor de Aspasia, la prometida de su padre, quien está enamorada del menor, Xifare. En ausencia de su padre, Farnace planea traicionarlo aliándose con Roma. Originalmente, las voces que dispuso Mozart para los hermanos, así como para Arbate, servidor de Mitríades, eran de castrati, o sopranos masculinos.  Habitualmente el personaje de Xifare, en la voz de una soprano, mantenía su condición masculina, aunque ambigua. La puesta en escena de Julián Ignacio Garcés da una vuelta de tuerca a ese detalle, poniendo el rol de Farnace en un contratenor y convirtiendo a Arbate y Xifare, a cargo de sopranos, en personajes femeninos, si bien Xifare conserva en su vestimenta cierta ambigüedad. Es decir, que el amor entre Aspasia y Xifare deviene un amor entre mujeres.


Son muy escasas las óperas que hayan abordado el tema gay en el Colón, pero al parecer es la tendencia que viene, a juzgar por la muy reciente la puesta de Eugenio Zanetti de Los cuentos de Hoffman con sus caballeros tan femeninos, vestidos con delicadas botitas rojas. Esta licencia funciona perfectamente bien en el caso de Mitriade rè di Ponto, por mucho que espante a los puristas, pudiendo desarrollarse el drama con absoluta congruencia, y hay que aplaudir su audacia.

No es la única licencia: la versión comprime la acción de tres actos a dos, elimina algunos personajes, conservando sólo la esencia de la historia. Por añadidura, si el final original une a los dos hermanos después de las sucesivas tensiones políticas y familiares, en la versión local Mitríades –en vez de morir reconciliado con sus hijos, según la original- causa la muerte de Aspasia y sus dos hijos, consumando la guerra familiar.

El reparto es impecable, desde las sopranos Constanza Díaz Falú  y Florencia Burgardt, el contratenor Martín Oro, el tenor Santiago Martínez hasta la soprano María Virgina Savastano. Una escenografía muy despojada, y un vestuario contemporáneo que no pareció adecuado a la acción, ni a la altura del resto de la producción. El muy joven director musical de la Opera de Cámara del Colón, Ulises Maino, logró lo mejor de su orquesta. En suma, una obra brillante. Es extraordinario el talento de Mozart, un adolescente, para plasmar una tragedia con elaborados giros de acción, complejos personajes, y una tragedia familiar arquetípica. Y ya su estilo y marcas de su obra posterior están presentes en esta ópera temprana.

La obra cierra la temporada de la Ópera de Cámara y la gestión de su director Marcelo Lombardero, quien renuncia al no encontrar apoyo oficial para sus propuestas, de montar un programa de obras alternativas a la temporada clásica de ópera que se representan en la sala del Teatro Colón. El ciclo de Ópera de Cámara pasaría al CETEC, que no atraviesa tampoco su mejor momento: todo como parte de una política artística y cultural tan pobre como errática. Pero esta no es una sorpresa.

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