Los dos papas
Dirección:
Fernando Meirelles
Guión:
Anthony McCarten
Reino
Unido-Italia-Argentina-Estados Unidos/2019
Josefina
Sartora
Que
un papa intente reservar un billete de avión por teléfono es la señal de que
nos encontramos frente a un personaje salido del molde, tanto, que nadie lo
reconoce como un Sumo Pontífice. Este film de Netflix postula que Jorge
Bergoglio era un personaje humilde y anónimo, inconcebible para ser elegido
papa de la iglesia católica, yendo más lejos aun en su imaginación: lo presenta
como un cura villero, algo que nunca fue.
La
historia focaliza en el papado de Benedicto XVI, antes Joseph Ratzinger, un
cardenal conservador, que al parecer continuaría la tarea de Juan Pablo II,
acusado por algunos de racista, por su participación en la Juventudes
Hitlerianas en su lejana adolescencia. Al mismo tiempo en que su papado se
encuentra en plena crisis motivada por los crímenes financieros en el Vaticano y
los casos del abuso infantil perpetrados por sacerdotes en todo el mundo que comenzaban
a hacerse públicos, Bergoglio decide poner su renuncia a consideración de
Benedicto, y éste lo llama a Castel Gandolfo, donde en 2012 pasan unos días en
convivencia. Ambos prelados se ubican en las antípodas en cuanto a sus
criterios de lo que debe aceptar la iglesia acerca del divorcio, el matrimonio
de sacerdotes, el aborto, la homosexualidad, la inmigración. Mientras Benedicto
es dogmático, Bergoglio sostiene que el mundo cambia y la iglesia debe
acompañar esos cambios. Música clásica o popular, muros o puentes, tradición o
progresismo: largas conversaciones enfrentan esas dos posturas, que van
evolucionando hacia una mutua comprensión.
Pero
los escándalos de la institución son apenas insinuados y dejados de lado –no
oímos la “confesión” de Benedicto- porque el propósito del film es proteger y
limpiar el pasado del actual papa, quien después de investido se colocó a la
altura de su cargo. Él admite ser una “figura controvertida” en Argentina, por
haber confraternizado con los militares que dominaron durante la dictadura en
los ’70 y por su entrega –explícita o disimulada- de jesuitas villeros
auténticos -Francisco Jalics y Orlando Yorio-, que el film suaviza de manera harto
comprometida, y que estuvieron secuestrados y torturados por meses. Bergoglio
negó que él los hubiera delatado, pero no olvidamos las acusaciones de los
organismos de derechos humanos, de ex curas y de laicos, que cayeron sobre él
cuando fue ordenado papa, a causa de su relación con el secuestro de los dos
curas y por sospechas de estar involucrado en el robo sistemático de bebés
nacidos en cautiverio.
El
film vuelve a Buenos Aires en alternados flashbacks
en blanco y negro que cuentan su historia, desde su rechazo al matrimonio y su
posterior carrera apostólica, con un joven Bergoglio interpretado por Juan
Minujin. Hitos y lugares emblemáticos –la villa 21, el tango, el fútbol, las
sierras de Córdoba- establecen fuerte contraste con los ambientes fastuosos del
Vaticano, donde habría de vivir el papa Francisco. Otra fantasía la constituye
la escena en que él y su colaboradora (Cristina Banegas) se enteran de que
Benedicto ha renunciado mientras trabajan en un galpón, aparentemente de una
villa. El director Fernando Meirelles, recordado por Ciudad de Dios, y el guionista
Anthony McCarten, especialista en biografías como Bohemian Rapsody,
prefieren ignorar que en ese momento Bergoglio era el arzobispo de Buenos Aires
y jefe de la iglesia católica en Argentina, uno de los hombres más poderosos
del país.
Con
un afán documental, vemos registros de los personajes reales, y espacios que
también lo parecen, aunque fueron recreados en estudios (la Capilla Sixtina por
ejemplo). Creo que lo más interesante del film son las conversaciones ficcionales
–el duelo verbal, su dialéctica- entre esos dos personajes, a cargo de dos
actores extraordinarios: Anthony Hopkins da el physique du rol para Benedicto,
con su carácter ríspido alemán, su amor por la música, su desconocimiento de lo
que sucede en la vida real más allá de las paredes de sus palacios. Jonathan
Price también es un actor infalible, y ambos dotan de cierta vitalidad esas
conversaciones algo estáticas y muy complacientes. En última instancia, esos
diálogos pretenden mostrar que, si bien al papa se lo supone infalible en
cuestiones dogmáticas, esos prelados son seres humanos, con sus errores y contradicciones.
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