23 de diciembre de 2019

Una operación política


Los dos papas
Dirección: Fernando Meirelles
Guión: Anthony McCarten
Reino Unido-Italia-Argentina-Estados Unidos/2019

Josefina Sartora


Que un papa intente reservar un billete de avión por teléfono es la señal de que nos encontramos frente a un personaje salido del molde, tanto, que nadie lo reconoce como un Sumo Pontífice. Este film de Netflix postula que Jorge Bergoglio era un personaje humilde y anónimo, inconcebible para ser elegido papa de la iglesia católica, yendo más lejos aun en su imaginación: lo presenta como un cura villero, algo que nunca fue.

La historia focaliza en el papado de Benedicto XVI, antes Joseph Ratzinger, un cardenal conservador, que al parecer continuaría la tarea de Juan Pablo II, acusado por algunos de racista, por su participación en la Juventudes Hitlerianas en su lejana adolescencia. Al mismo tiempo en que su papado se encuentra en plena crisis motivada por los crímenes financieros en el Vaticano y los casos del abuso infantil perpetrados por sacerdotes en todo el mundo que comenzaban a hacerse públicos, Bergoglio decide poner su renuncia a consideración de Benedicto, y éste lo llama a Castel Gandolfo, donde en 2012 pasan unos días en convivencia. Ambos prelados se ubican en las antípodas en cuanto a sus criterios de lo que debe aceptar la iglesia acerca del divorcio, el matrimonio de sacerdotes, el aborto, la homosexualidad, la inmigración. Mientras Benedicto es dogmático, Bergoglio sostiene que el mundo cambia y la iglesia debe acompañar esos cambios. Música clásica o popular, muros o puentes, tradición o progresismo: largas conversaciones enfrentan esas dos posturas, que van evolucionando hacia una mutua comprensión.

Pero los escándalos de la institución son apenas insinuados y dejados de lado –no oímos la “confesión” de Benedicto- porque el propósito del film es proteger y limpiar el pasado del actual papa, quien después de investido se colocó a la altura de su cargo. Él admite ser una “figura controvertida” en Argentina, por haber confraternizado con los militares que dominaron durante la dictadura en los ’70 y por su entrega –explícita o disimulada- de jesuitas villeros auténticos -Francisco Jalics y Orlando Yorio-, que el film suaviza de manera harto comprometida, y que estuvieron secuestrados y torturados por meses. Bergoglio negó que él los hubiera delatado, pero no olvidamos las acusaciones de los organismos de derechos humanos, de ex curas y de laicos, que cayeron sobre él cuando fue ordenado papa, a causa de su relación con el secuestro de los dos curas y por sospechas de estar involucrado en el robo sistemático de bebés nacidos en cautiverio.

El film vuelve a Buenos Aires en alternados flashbacks en blanco y negro que cuentan su historia, desde su rechazo al matrimonio y su posterior carrera apostólica, con un joven Bergoglio interpretado por Juan Minujin. Hitos y lugares emblemáticos –la villa 21, el tango, el fútbol, las sierras de Córdoba- establecen fuerte contraste con los ambientes fastuosos del Vaticano, donde habría de vivir el papa Francisco. Otra fantasía la constituye la escena en que él y su colaboradora (Cristina Banegas) se enteran de que Benedicto ha renunciado mientras trabajan en un galpón, aparentemente de una villa. El director Fernando Meirelles, recordado por Ciudad de Dios, y el guionista Anthony McCarten, especialista en biografías como Bohemian Rapsody, prefieren ignorar que en ese momento Bergoglio era el arzobispo de Buenos Aires y jefe de la iglesia católica en Argentina, uno de los hombres más poderosos del país.


Con un afán documental, vemos registros de los personajes reales, y espacios que también lo parecen, aunque fueron recreados en estudios (la Capilla Sixtina por ejemplo). Creo que lo más interesante del film son las conversaciones ficcionales –el duelo verbal, su dialéctica- entre esos dos personajes, a cargo de dos actores extraordinarios: Anthony Hopkins da el physique du rol para Benedicto, con su carácter ríspido alemán, su amor por la música, su desconocimiento de lo que sucede en la vida real más allá de las paredes de sus palacios. Jonathan Price también es un actor infalible, y ambos dotan de cierta vitalidad esas conversaciones algo estáticas y muy complacientes. En última instancia, esos diálogos pretenden mostrar que, si bien al papa se lo supone infalible en cuestiones dogmáticas, esos prelados son seres humanos, con sus errores y contradicciones.

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