Parásitos (Gisaengchung)
Dirección:
Bong Joon-ho
Guión:
Bong Joon-ho y Han Jin Won
Corea
del Sur/2019
Josefina
Sartora
Pocas
veces se ve en el cine un análisis de clases sociales tan agudo como este de Parásitos.
La imagen del ascenso es tan literal como simbólica en Parásitos. Los Kim, una
familia tipo, vive en un semi sótano en la zona baja de la ciudad, estrecho,
sórdido, expuestos a la calle y a la contaminación, desempleados y sin
recursos. Mediante ciertos ardides, se relacionan con los Park, otra familia muy
similar pero que vive en la zona alta, en una mansión de diseño, amurallada, con
parque, gozando de todos los beneficios del capitalismo. Sin embargo, esa
mansión también tiene un sótano, que oculta su lado oscuro. Sendas ventanas son
una clave del status: la de la apertura en casa de los Kim, una suerte de
ventiluz fragmentado que mira a quienes orinan en ese callejón, y el gran
ventanal de los Park, que mira al verdísimo parque y sus aspersores. Cada familia
intentará, de una y otra forma, de sacar provecho de la otra. Si una ha pasado
por la bancarrota, el desempleo, el fracaso en la universidad, la otra –admiradora
de la cultura yanqui- puede darse el lujo de tener ama de llaves y cocinera,
chofer, instructores individuales para sus hijos, y una despensa muy provista.
La familia baja se vale entonces de su astucia y métodos non sanctos para
ocupar espacios en esa estructura familiar privilegiada, y hasta fantasean con
devenir los amos del lugar.
Ese
proceso parece relativamente fácil y accesible, dada la ingenuidad de los
poderosos, algo inverosímil (se muestran tan torpes como los otros sagaces),
desarrollado con un cinismo y un suspenso irritantes, porque al espectador
pueden chocarle los métodos, o espera que en cualquier momento emerja la verdad
y las máscaras caigan. No tarda en estallar la violencia, presente en todas las
películas de Bong, en este caso en una espiral imparable, con excesos de cómic,
con la que una clase quiere eliminar a la otra. Porque Bong prefiere el tono de
la sátira para presentar una situación devastadora, que va tensando los
vínculos hasta la humillación. Una escena es clave: cuando la familia de
sirvientes yace oculta en el suelo mientras los patrones hacen el amor en el
sofá, y sienten el olor de clase que emana de ellos. Este momento instala un
punto de inflexión en la trama. El climax se desencadena con tal vértigo,
trabando un eslabón tras otro con tal minucia y vertiginosidad que al
espectador sorprendido le cuesta seguir su desarrollo. Pero Bong sabe con
precisión a dónde quiere llegar, y cómo: todo está (demasiado) calculado. Desde
el diseño de cada una de las casas, el contraste de su moblaje, el movimiento
de actores, y el punto de vista de cada toma, no hay detalle sin planificar.
El
film tiene sus paralelos con Us, de Jordan Peele, en el que
también hay dos familias polares, una espejada en la otra, que de una y otra
forma quiere eliminar al Otro. Bong ha abordado diversidad de temas y géneros, sin
atarse a ninguna etiqueta, desde el thriller
noir en Memories of a Murder, el apocalipsis post calentamiento global
en Snowpiercer
(aunque también allí abordaba la lucha de clases), la ciencia ficción y el
terror en The Host, el trato a los animales y la crítica a la industria
en Okja,
casi todos protagonizados por Song Kang-ho, gran actor coreano, el señor Kim en Parásitos. Donde Bong desgrana la
realidad social y económica de la Corea actual, los desórdenes del sistema capitalista
en general, en un análisis incisivo –sin maniqueísmos- que ganó la Palma de Oro
en el último Festival de Cannes y un Globo de Oro.
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