22 de enero de 2020

Los de abajo y los de arriba


Parásitos (Gisaengchung)
Dirección: Bong Joon-ho
Guión: Bong Joon-ho y Han Jin Won
Corea del Sur/2019

Josefina Sartora


Pocas veces se ve en el cine un análisis de clases sociales tan agudo como este de Parásitos. La imagen del ascenso es tan literal como simbólica en Parásitos. Los Kim, una familia tipo, vive en un semi sótano en la zona baja de la ciudad, estrecho, sórdido, expuestos a la calle y a la contaminación, desempleados y sin recursos. Mediante ciertos ardides, se relacionan con los Park, otra familia muy similar pero que vive en la zona alta, en una mansión de diseño, amurallada, con parque, gozando de todos los beneficios del capitalismo. Sin embargo, esa mansión también tiene un sótano, que oculta su lado oscuro. Sendas ventanas son una clave del status: la de la apertura en casa de los Kim, una suerte de ventiluz fragmentado que mira a quienes orinan en ese callejón, y el gran ventanal de los Park, que mira al verdísimo parque y sus aspersores. Cada familia intentará, de una y otra forma, de sacar provecho de la otra. Si una ha pasado por la bancarrota, el desempleo, el fracaso en la universidad, la otra –admiradora de la cultura yanqui- puede darse el lujo de tener ama de llaves y cocinera, chofer, instructores individuales para sus hijos, y una despensa muy provista. La familia baja se vale entonces de su astucia y métodos non sanctos para ocupar espacios en esa estructura familiar privilegiada, y hasta fantasean con devenir los amos del lugar.


Ese proceso parece relativamente fácil y accesible, dada la ingenuidad de los poderosos, algo inverosímil (se muestran tan torpes como los otros sagaces), desarrollado con un cinismo y un suspenso irritantes, porque al espectador pueden chocarle los métodos, o espera que en cualquier momento emerja la verdad y las máscaras caigan. No tarda en estallar la violencia, presente en todas las películas de Bong, en este caso en una espiral imparable, con excesos de cómic, con la que una clase quiere eliminar a la otra. Porque Bong prefiere el tono de la sátira para presentar una situación devastadora, que va tensando los vínculos hasta la humillación. Una escena es clave: cuando la familia de sirvientes yace oculta en el suelo mientras los patrones hacen el amor en el sofá, y sienten el olor de clase que emana de ellos. Este momento instala un punto de inflexión en la trama. El climax se desencadena con tal vértigo, trabando un eslabón tras otro con tal minucia y vertiginosidad que al espectador sorprendido le cuesta seguir su desarrollo. Pero Bong sabe con precisión a dónde quiere llegar, y cómo: todo está (demasiado) calculado. Desde el diseño de cada una de las casas, el contraste de su moblaje, el movimiento de actores, y el punto de vista de cada toma, no hay detalle sin planificar.


El film tiene sus paralelos con Us, de Jordan Peele, en el que también hay dos familias polares, una espejada en la otra, que de una y otra forma quiere eliminar al Otro. Bong ha abordado diversidad de temas y géneros, sin atarse a ninguna etiqueta, desde el thriller noir en Memories of a Murder, el apocalipsis post calentamiento global en Snowpiercer (aunque también allí abordaba la lucha de clases), la ciencia ficción y el terror en The Host, el trato a los animales y la crítica a la industria en Okja, casi todos protagonizados por Song Kang-ho, gran actor coreano, el señor Kim en Parásitos. Donde Bong desgrana la realidad social y económica de la Corea actual, los desórdenes del sistema capitalista en general, en un análisis incisivo –sin maniqueísmos- que ganó la Palma de Oro en el último Festival de Cannes y un Globo de Oro.



No hay comentarios:

Publicar un comentario